Mijaíl Aleksándrovich Shólojov, novelista soviético nacido a principios del siglo recién pasado, logró, aunándose a la tradición de otros grandes de las letras rusas, Tolstoi, Gorki, Pushkin, Gogol, Dostoievski y Lermontov, cultivar una destacada carrera como escritor, la cual fue favorecida en 1965 con el premio Nobel. A tal punto ha trascendido, que gran parte de la crítica, ha señalado con unanimidad, su valor como uno de los altos representantes de su cultura en los últimos cincuenta años.
No libre de objeciones, su quehacer artístico y creativo, íntimamente ligado a su ferviente furor político, ha sido acusado y duramente abatido con el epíteto peyorativo de propaganda. Sus detractores lo llaman panfletario, en virtud de su acérrimo partidismo comunista, el cual se inicia alrededor de 1930.
Shólojov llegó en esos avatares, a ser elegido diputado del Sóviet Supremo de la URSS y su obra maestra, El Don apacible" (la que para muchos es el punto más alto y jamás superado en su quehacer) consiguió el premio Stalin en 1941, lo cual indefectiblemente lo llevó a convertirse en el escritor más influyente de la Unión .
Traducido a numerosos idiomas y parte central en los valores y la educación sentimental contemplada por los programas de estudio en su lengua, Shólojov puede ser catalogado como un autor oficialista, al punto que jamás oculto su ideología o pretendió retratar algo en lo que no creyera.
En su rol como miembro activo del bloque, llego a acompañar en 1959 a Nikita Jruschov en su gira por Europa occidental y los Estados Unidos, sin embargo, ese apelativo de oficial que incumbe al hombre más que al autor textual y si vamos más lejos, al narrador, no agota cualquier potencial estético presente en su obra y la forma en que como creador y voz, pudo empapar y desviar sus experiencias con un propósito autotélico, el de crear un mundo fiel a su realidad, pero independiente y rico en su sentido profundo: Proveer una mirada franca y documentada de los procesos bélicos y tragedias de un pueblo duramente azotado por la pobreza y la guerra, pero que encierra en su espíritu de solidaridad y férrea voluntad, el ánimo constante de reconstruirse y doblegar la mirada y mano funesta del destino.
En gran medida Shólojov, es un escritor vivencial, netamente comprometido con los cambios y procesos que vivió la nación soviética, Participó en la Primera Guerra Mundial y luego en la Guerra Civil Rusa, siendo parte del ejercito rojo. Todo esto se ve retratado con una referencialidad sublime, en la mayoría de sus textos, entre los cuales se cuentan: Lucharon por su patria, Cuentos del Don, Campos roturados y una de sus últimas publicaciones, El destino de un hombre. Es esta novela breve, quizá una de las más sencillas de conseguir por estos días, se relata el viaje traumante de un recluta que cumple sin miramientos su labor, al punto de perder todo lo que ama por aquel sentido del deber y el alejamiento inminente. Prisionero del régimen Nazi, se nos expone de manera cruenta la degradación física y el detrimento espiritual, las reiteradas muertes y los súbitos arrebatos de los seres que anhela, todo como una fuerza impetuosa en colisión constante con su nobleza y temple, el cual, pese a todo el dolor acumulado se mantiene incólume. En tiempos como los actuales, una conducta o visión de este tipo puede parecer producto de nuestro escepticismo, sinónimo de frialdad, o de forma más extrema, una tentativa imposible de considerar, un tópico o lugar común que sólo es verificable en la literatura, y sin embargo, el valor de estos personajes que el ruso edifica, son tan verosímiles como muchos seres de carne y hueso, al punto que nos imponen sin miramientos la carga del desamparo y la humillación pero a la vez el poder flagrante de una volición y orgullo indomable capaz de tender una mano al final del día y reconocer en un huérfano, solitario o hambriento, otra vida, una posibilidad que no debe ser vapuleada con indiferencia o amargura sino abrazada. En ese grado, reaparecen junto con la galería de almas de Shólojov otras inolvidables páginas de la universalidad literaria, unas más cercanas y en nuestra lengua. Con un sesgo anarquista y de gran vitalismo, brillan los seres inolvidables de Hombres del Sur o los amigos extravagantes que Aniceto Hevia conoce en Hijo de Ladrón, ambos textos de Manuel Rojas. Estos seres angelicales en harapos y destruidos o disociados por una comunidad carnívora demuestran como parcamente, no vemos más allá de las heridas y los colores.
Es importante destacar y fuera de cualquier lineamiento ideológico y político, la consecuencia de Sholojov, y de esos otros rusos mencionados, Tolstoi fue un terrateniente que creía en el hombre, en la generosidad y los valores, el busco donar sus tierras a quienes en vida fueran sirvientes pero ante todo su familia universal y Dostoievski si nos habla de Siberia y de la posibilidad de ser fusilado y morir de hambre pese a una gran intelectualidad y más allá de está, ser presa inconsciente de la ruleta, es por que todo ello, lo sufrió de forma tan verídica como su epilepsia. Entonces, si Mijaíl Aleksándrovich Shólojov, nos narra esas guerras y las riberas del Don con tanta calidez interior, es por que creció allí y vio morir y renacer parte de sí en esos parajes, en medio de la locura de los disparos, ubicado en primera fila, debatiendo su existencia al calor del fuego y plomo con la esperanza recobrada y la confianza puesta ciegamente en quien va al lado tuyo, a enfrentar la incertidumbre.
Autor: Daniel Rojas Pachas
Publicado en: Cinosargo
" Había algo de majestuoso y emotivo en el lento avanzar del regimiento destrozado, en las rítmicas pisadas de los hombres, rendidos por los combates, el calor, las noches de insomnio y las largas marchas, pero dispuestos de nuevo, en cualquier momento, a desplegar y volver a aceptar combate.
Nikolái recorrió con la mirada aquellos rostros conocidos, demacrados y renegridos. ¡Cuántos hombres había perdido el regimiento en estos cinco malditos días! Nikolái notó cómo le temblaban los labios agrietados por el calor, y se volvió rápido. Súbitamente, los sollozos entrecortados de un espasmo le aprisionaron la garganta, agachó la cabeza y se caló hasta los ojos el casco recalentado para que los camara-das no vieran sus lágrimas ...
He perdido el aguante, no valgo para nada ... Todo esto se debe al calor y al cansancio -pensó, arrastrando trabajosamente las fatigadas piernas, como fundidas de plomo,, empeñándose con todas sus fuerzas en no acortar el paso.Ahora caminaba sin volverse, mirando torpemente a sus pies, pero ante sus ojos surgían de nuevo, como en un sueño importuno, las deshilvanadas secuencias del reciente combate que diera comienzo a este gran repliegue, y que se habían grabado en la memoria con sorprendente nitidez. Volvió a ver la horrísona avalancha de tanques alemanes que se arrastraban veloces por la ladera del monte, y los tiradores cubiertos de polvo que avanzaban con cortas carreras, y los negros embates de las explosiones, y los combatientes del batallón vecino que retrocedían en desorden, diseminados por el campo, por los trigales sin segar ... y luego, el combate con la infantería motorizada del enemigo, la salida del semicerco, el mortífero fuego desde los flancos, los girasoles cercenados por la metralla, la ametralladora con su morro estriado enterrado en un embudo poco profundo, y el ametrallador muerto, arrojado por la explosión, tendido boca arriba y cubierto todo él de dorados pétalos de girasol, fantástica y extrañamente rociados de sangre. "
Lucharon por su patria (fragmento)
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1 comentario:
Admirable tu trabajo literario. Saludos Daniel!
P. L.
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