Brazil de 1985 dirigida por Terry
Gilliam nos sitúa en una apócrifa metrópolis retro futurista en algún punto del
siglo XX y sintetiza una maquinaria social automatizada que conjuga la
burocracia y paranoia Kafkiana con el control y autoritarismo Orwelliano.
La escena inicial del film previa
a la aparición del título “Brazil” formado con estridentes luces de neón fucsia
y turquesa sirve como un prólogo cargado de gran cantidad de simbolismos y
códigos que luego se desarrollarán en profundidad a lo largo de toda la trama.
Lo primero que experimentamos es un paseo por nubes oníricas que marcarán el
tono de la cinta, un transitar errático por los frágiles límites de la realidad
y las conexiones subterráneas que existen entre fantasías libertarias y
quijotescas con una pesadilla gris y laberíntica, cuyos engañosos caminos en
forma de tuberías desembocan en un enmarañado centro con forma de ojo
vigilante. La retina que nos encara desde una pantalla televisiva, es el
logotipo de “Central Services” (Servicio Central) y resulta ser nuestro
contacto inicial con la urbe.
El logo de Central Services
expuesto en el monitor recuerda el iris del ojo y toma la forma de una
enmarañada CS como los anillos de una serpiente, pero también resulta alusivo a
los caminos de un laberinto. El ícono se acompaña de una tipografía que
recuerda la estética del sueño americano de los años cincuenta, la cual tiene
adosadas unas líneas cinéticas que paradójicamente denotan rapidez dentro de
una sociedad estática.
En su totalidad el logotipo
reposa sobre cinco conductos, tubos grises interconectados que tendrán a lo
largo de todo el film una importancia sobrecogedora, pues todos los mecanismos
en los hogares de esta ciudad, funcionan con tuberías controladas por el
sistema central, la refrigeración y los aparatos eléctricos que automatizan la
alimentación.
En los departamentos de los
desposeídos, las tuberías inundan las paredes y techos de las habitaciones
saturando los reducidos espacios, mientras que en el departamento de los
burócratas, como es el caso de nuestro protagonista Sam Lowry, los tubos se
esconden tras paneles con el logo de CS y la leyenda “Do not obstruct or
remove”.
En las oficinas también vemos
esta maraña de tuberías mimetizándose con el gris de las paredes y las indumentarias
de los funcionarios y sus tenidas monocordes. Las oficinas de gobierno están
dotadas de nombres impersonales como Departamento de Registro y Oficina de
Recuperación de Datos. En ellas hombres lúgubres que no se diferencian en sus
cortes de cabello y andar, transitan de un lado a otro sin mirar atrás. Pese a
que todo el clima de vigilancia y represión hace pensar que la entropía no da
tregua, a la primera oportunidad los operadores rehúyen a sus labores y se
sumergen en las pantallas hipnóticas para evadirse de sus trabajos. Recuerda lo
que Kafka señalaba: “Los funcionarios son personas que dominan un juego para el
cual no pueden ser competentes"
Nuestro protagonista Sam Lowry
forma parte de este mundo funcional y mecanizado, que anida en su interior el
caos y la torpeza bajo la burocracia.
La hiperconectividad de Servicios
Centrales también está presente en otros espacios urbanos, habitaciones blancas
y de apariencia clínica están atravesadas por tubos que generan un contraste
disruptor con la higienizada habitación. Por último, en los hogares de los
acaudalados, sobre todo en los espacios en que vemos desenvolverse a los altos
mandos, cirujanos estéticos y mujeres adineradas preocupadas por su apariencia
y obsesionadas con las operaciones de rejuvenecimiento. Las tuberías de CS se
confunden con el barroco de la ornamentación, las pinturas y los candelabros.
Sin embargo, CS no es la única muestra de hiper conexión y redes que aplastan a
los sujetos, los sistemas de comunicación con los cuales se envían cápsulas con
documentos o memorándums entre oficinas, también dan forma a un entramado de
tubos. Los teléfonos son una maraña de cables que deben interconectarse para
operar, por último los robots sirvientes son un amasijo de metal y cables
deambulando, el rostro de estas máquinas es un cámara que confronta a las
personas, considero esto significativo, si reparamos en el último detalle del
logotipo de CS, pues el ícono en su totalidad, el gran ojo central se impone
sobre una imagen del océano, vemos un horizonte azul en segundo plano, lo que
denota como la noción de maquinaria automatizada es el orbe sobre el cual gira
la sociedad y están determinados los ciudadanos hasta en las situaciones más
triviales del día a día. La naturaleza
aparece en el logo en segundo plano, el azul es aplastado y esto en la cinta
nos comunica con la fantasía, los sueños de libertad de Lowry, el protagonista que
imagina surcar las nubes, volar y salir a espacios abiertos y limpios fuera de
la urbe.
La cinta expone una sociedad de
cemento y rascacielos en la cual resulta casi imposible mirar el cielo, los
espacios de vivienda de las clases medias y bajas son reducidos y antiguos, los
límites de la intimidad los marcan delgadas paredes y los callejones que
conectan las calles están repletos de basura, vagabundos y tanto la vestimenta
como apariencia de niños y adultos recuerdan el periodo de la era industrial,
overoles y tenidas grises y cafés que se confunden con el entorno, el óxido, la
suciedad y los ladrillos, esto contrasta con los espacios de comercio que están
repletos de tiendas, luces de neón y escaparates coloridos y saturados por la
publicidad y el brillo de los productos.
Algo que también es importante valorar con relación a la escena inicial es una triada que estará interconectada durante toda la historia: consumismo, sublevación y adoctrinamiento gubernamental. Tras el logo de “Central Services” aparece una ridícula publicidad que comparte la estética de los años cincuenta, un hombre engominado habla de los beneficios de los sistemas de refrigeración y las bondades de la compañía (Algo que ha explotado el futuro distópico del videojuego Fallout a la perfección, para construir su imaginario propagandístico). La enorme vitrina llena de pantallas televisivas parece una suma de ojos transmitiendo hipnóticos mensajes, estos actúan a la vez como un espejo del horror ciudadano y su alienación, pues se refleja la silueta de un hombre que avanza con un carro de supermercado lleno de compras por entre medio de la decoración navideña y luces de neón, cárteles de tienda que nos adelantan la realidad del film, el espíritu que inunda a las clases que se evaden con la adquisición de productos fútiles. A través del reflejo de las pantallas atestiguamos la explosión de una bomba, y el estruendo y destrucción que elimina a un hombre que es borrado en el acto. La pantalla se va a negro y emerge el neón azul y fucsia con el título del film, una estridente música de suspenso y somos puestos de nuevo en escena, una televisión entre los escombros, destartalada proyecta una imagen borrosa, vemos a Mr Eugene Hellpman, el director del departamento de recolección de datos dando una entrevista a la prensa televisiva. Al referirse a la creciente ola de atentados con explosivos utiliza eufemismos para imponer un discurso doctrinal.
El político busca atenuar los actos de violencia y de sublevación que comienzan
a emerger en las calles de la ciudad. Los blancos principales son el comercio
y las oficinas de gobierno. La autoridad
nos habla de los llamados terroristas como sujetos que son malos deportistas
que han olvidado las reglas del juego limpio y que proceden con cobardía
atacando a quienes si han sabido participar limpiamente dentro del sistema. La
escena cierra con una frase demoledora que recuerda la lógica de quienes cantan
a los cuatro vientos que los postergados y sin voz, los pobres del mundo, están
en esas condiciones, porque no trabajan lo suficiente y no quieren salir de su
situación de miseria. Hellpman sentencia: “Si estas personas simplemente
jugaran el juego, obtendrían mucho más de la vida”. El resto amigos, es sólo
ficción.
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