martes, 23 de abril de 2013

Aullido en Arica [por Carlos Franz]




Aullido en Arica
Carlos Franz*


Donde menos se la espera salta la liebre de la poesía. Su última aparición insólita ocurrió hace unos días en el norte del desierto de Atacama, en la ciudad de Arica. Un edil ariqueño denunció a la policía a un editor local, quien habría entregado a un niño un poema erótico de Allen Ginsberg. El concejal sugirió que tan horrendo crimen tendría, encima, connotaciones antiamericanas: “Allen Ginsberg fue vetado y expulsado de los Estados Unidos por el alto contenido sexual de sus libros y hoy de la manera más pervertida estos fueron entregados a los niños ariqueños.” La Brigada de Delitos Sexuales se movilizó de inmediato. Los antecedentes fueron remitidos al Ministerio Público para que este acuse al supuesto pervertidor de menores. La concejal de cultura de la municipalidad se lavó las manos. El principal diario de la ciudad tituló, en portada, a seis columnas: “INVESTIGAN LA ENTREGA DE POEMAS ERÓTICOS A NIÑOS”.

Ah, qué consuelo enterarse de que la poesía conserva algún poder, aunque sea en las arenas del desierto más seco del mundo. Qué consuelo saber que unos versos de Ginsberg (el poema “Por favor, amo”, que no es de sus mejores), aún pueden despertar el celo censurador de un Torquemada chileno. Imagino a esa pacífica ciudad fronteriza revuelta y convulsa por las estrofas frenéticas del poeta beatnik. Detectives, fiscales, abogados y jueces, ediles de derecha e izquierda, periodistas y curas ariqueños, todos obligados a leer el famoso comienzo de “Aullido”: “Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, famélicas histéricas desnudas, arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo, hipsters con cabezas de ángel ardiendo por la antigua conexión celestial con el estrellado dínamo de la maquinaria nocturna.”

Habrá que agradecerlo a ese McCarthy del desierto. Las consecuencias de tales lecturas, en las autoridades de ese oasis, son incalculables. La literatura de Ginsberg y sus amigos beatniks, Kerouac, Corso, Burroughs, fue una bofetada al victorioso y próspero Estados Unidos de los años cincuenta. La sexualidad, las drogas, la vida al margen de las convenciones, fueron tratadas desprejuiciadamente, con un estilo arrollador, enemigo de los circunloquios y las pausas. La famosa novela “En el camino”, fue escrita por Kerouac en un rollo de papel, a fin de no tener que detenerse a cambiar la hoja en la máquina de escribir. Todo un símbolo del estado de inspiración torrencial que los beatniks promovían como el único medio honesto de escribir. Ese torrente, por supuesto, arrastraba palabrotas e imágenes “licenciosas” (ah, las deliciosas licencias).

El reto fue rápidamente aceptado. Cuando, en 1956, “Aullido” fue publicado por la editorial de la librería City Lights de San Francisco, un aduanero embargó la segunda edición alegando: “usted no querría que sus hijos se cruzaran con esto”. El editor, el poeta Lawrence Ferlinghetti, fue arrestado.

Hay que recordar el humor prevaleciente en los Estados Unidos en ese tiempo. El senador Joseph McCarthy y la Comisión de Actividades Antiamericanas perseguían a la desconformidad política e incluso artística. Las listas negras en Hollywood estaban en plena vigencia. La homosexualidad era ilegal en todos los estados de la Unión. En ese ambiente, el juicio contra el poema de Ginsberg causó sensación. La fiscalía argumentó que el poema debía ser retirado de las librerías porque, tal como ahora en Arica, este podría caer en manos de los niños. Por todo eso fue tan meritorio el fallo del juez Clayton Horn quien argumentó que “no habría ninguna libertad de prensa o de palabra si estuviéramos obligados a reducir nuestro vocabulario a inocuos eufemismos”. Y dejó que el libro circulara.

A la muerte de Ginsberg, en 1997, se habían vendido 800.000 copias de “Aullido”. Yo mismo compré una en la librería City Lights, de San Francisco, el año pasado. Y, pervertido como soy, la he tenido en mi biblioteca, al alcance de mi hija de trece años, en lugar de guardarla en una caja fuerte. Lo confieso públicamente.

Si ahora el inquisidor del desierto ariqueño decide perseguirme a mí también, por poner poemas eróticos al alcance de los niños, ya tengo preparada mi defensa. Pediré que se cite como testigo a mi hija. Recordando mis lejanos estudios de derecho interrogué a la niña antes de hacer esta riesgosa confesión. Mi hija, con la mayor inocencia, admitió lo que yo sospechaba: que en las redes sociales de Internet, que ella y todos sus compañeros de colegio frecuentan, el primer tema es la crítica a los profesores y el segundo es el sexo. Para referirse al cual emplean groserías de tal calibre que ni yo conocía. Hoy, cualquier niño encuentra fácilmente, en el mundo real y el virtual, cosas tanto o más procaces que ese poema de Ginsberg. Con el pesado agravante de que esos textos no son bellos.

Porque ese es el quid del asunto. El arte redime a la fealdad del mundo dándole un sentido. Como dijo el juez Horn, en 1957, la diferencia está en el “valor social redentor” de la poesía.



*Carlos Franz nació en Ginebra en 1959. Tras estudiar Derecho en la Universidad e Chile, dejó esa profesión para dedicarse a la literatura. Ha vivido en Alemania, invitado como Artista en Residencia por la ciudad de Berlín. Ha sido Visiting Fellow en las universidades de Cambridge y de Londres, donde residió varios años. Franz ha publicado la novela “Santiago cero” (Premio Latinoamericano de Novela CICLA) y “El lugar donde estuvo el Paraíso” (Premio Finalista en el Premio Novela Planeta Argentina). Esta obra ha sido traducida a ocho idiomas y llevada al cine en España.
Además, es autor del libro de ensayos “La muralla enterrada”, que obtuvo el Premio Municipal de Ensayo, en Santiago de Chile, y una nominación al Premio Altazor por la categoría narrativa. “El desierto”, recibió la misma nominación el año 2006.

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