El
simulacro nunca es aquello que oculta la verdad - es la verdad lo que
oculta que no hay verdad alguna. El simulacro es cierto. Ecclesiastes
Podemos
tomar como la alegoría más adecuada de la simulación el cuento de
Borges donde los cartógrafos del Imperio dibujan un mapa que acaba
cubriendo exáctamente el territorio: pero donde, con el declinar del
Imperio, este mapa se vuelve raído y acaba arruinándose, unas pocas
tiras aún discernibles en los desiertos - la belleza metafísica de esta
abstracción arruinada, dando testimonio del orgullo imperial y
pudriéndose como un cadáver, volviendo a la sustancia de la tierra, tal y
como un doble que envejece acaba siendo confundido con la cosa real).
La fábula habría llegado entonces como un círculo completo a nosotros, y
ahora no tiene nada excepto el encanto discreto de un simulacro de
segundo órden.
La abstracción hoy no
es ya la del mapa, el doble, el espejo o el concepto. La simulación no
es ya la de un territorio, una existencia referencial o una sustancia.
Se trata de la generación de modelos de algo real que no tiene origen ni
realidad: un "hiperreal". El territorio ya no precede al mapa, ni lo
sobrevive. De aquí en adelante, es el mapa el que precede al territorio,
es el mapa el que engendra el territorio; y si reviviéramos la fábula
hoy, serían las tiras de territorio las que lentamente se pudren a lo
largo del mapa. Es lo real y no el mapa, cuyos escasos vestigios
subsisten aquí y allí: en los desiertos que no son ya más del Imperio,
sino nuestros. El desierto de lo real en sí mismo.
De
hecho, incluso invertida, la fábula es inútil. Quizá sólo queda la
alegoría del Imperio. Puesto que es con el mismo imperialismo con el que
los simuladores de hoy en día intentan que todo lo real coincida con
los modelos de simulación. Pero ya no es cuestión que se decida entre
mapas y territorio. Algo ha desaparecido: la diferencia soberana entre
ellos que era el encanto de la abstracción. Ya que es la diferencia lo
que forma la poesía del mapa y el encanto del territorio, la magia del
concepto y el encanto de lo real. [...]. Lo real se produce a partir de
unidades miniaturizadas, de matrices, bancos de memoria y modelos de
comandos ? y con estos puede reproducirse un número indefinido de veces.
Ya no tiene que ser racional, puesto que ya no se mide respecto a algún
ideal o instancia negativa. No es más que práctico, operacional.
[...]
Del
mismo órden que la imposibilidad de redescubrir un nivel absoluto de lo
real, es la imposibilidad de representar una ilusión. La ilusión ya no
es posible, dado que lo real tampoco es ya posible. Es el problema
político completo de la parodia, de la hipersimulación o de la
simulación ofensiva, el que se plantea aquí.
Por
ejemplo: sería interesante ver si el aparato represivo no reaccionaría
más violentamente ante una toma de rehenes simulada que ante una real.
Al fin y al cabo, la real sólo cambia el órden de las cosas, el derecho a
la propiedad, mientras que la simulada interfiere con el mismo
principio de realidad. La transgresión y la violencia son menos dañinos,
puesto que sólo desafían la distribución de lo real. La simulación es
infinitamente más dañina, puesto que siempre está sugiriendo que la ley y
el órden en sí mismos podían realmente no ser más que una simulación.
Pero
la dificultad es proporcional al riesgo. ¿Cómo fingir una ruptura y
ponerla a prueba? Simula un robo en unos grandes almacenes: ¿cómo
convences a los guardias de seguridad de que era un robo simulado? No
hay diferencia "objetiva": los mismos gestos y los mismos signos existen
que en un robo real; de hecho, los signos no inclinan hacia ninguno de
los dos lados. En lo que al órden establecido concierne, siempre
pertenecerán al órden de lo real.
Organiza
una toma falsa de rehenes. Asegúrate de que tus armas no pueden causar
daño alguno, y toma a rehenes de tu mayor confianza de modo que ninguna
vida esté en peligro (de otro modo te arriesgas a cometer un delito).
Pide una recompensa, y arréglalo de modo que la operación pueda llegar a
grear la mayor conmoción posible - en resumen, permanece cerca de la
"verdad", para probar la reacción del aparato a una simulación perfecta.
Pero aun así no tendrás éxito: la red de signos artificiales serán
irremediablemente mezclados con elementos de lo real (un oficial de
policía realmente disparará al tenerte a tiro; un cliente del banco se
desmayará y morirá de un ataque al corazón; realmente te pondrán
recompensa) - en resumen, te encontrarás sin remedio inmediatamente en
lo real, una de cuyas funciones es precisamente devorar cualquier
intento de simulación, para reducirlo todo a un poco de realidad - lo
cual es exáctamente todo lo que es el órden establecido, mucho antes de
que las instituciones y la justicia tomen parte jueguen su papel.
En
esta imposibilidad de aislar el proceso de la simulación debe verse
todo el empuje de un órden que sólo puede ver y entender en términos de
"un poco de realidad", dado que no puede funcionar en ningún otro lugar.
La simulación de un delito, será castigada con mayor ligereza (porque
no tiene "consecuencias"), o será castigado como ofensa a lo público
(por ejemplo, se hizo una operación policial "por nada"). Nunca como una
simulación, puesto que precisamente como tal no hay equiparación con lo
real, y por tanto tampoco represión. El reto de la simulación es
irrecibible por el poder. ¿Cómo puedes castigar la simulación de virtud?
Y aun así es tan seria como la simulación de un crimen. La parodia hace
la obediencia y la transgresión equivalentes, y eso es el crimen más
serio, dado que cancela la diferencia respecto a la que la ley está
basada. El órden establecido no puede hacer nada contra ello, puesto que
la ley es un simulacro de segundo órden mientras que la simulación es
de tercero, más allá de lo verdadero y lo falso, más allá de las
equivalencias, más allá de las distinciones racionales sobre las que
funcionan el poder y lo social. Así pues, fallando en lo real, es aquí
donde debemos apuntar al órden.
Por
esto es por lo que el órden siempre opta por lo real. En un estado de
no-certeza, siempre prefiere asumir esto. Pero esto se hace cada vez más
y más difícil, puesto que es pragmáticamente imposible aislar el
proceso de simulación. A través de la fuerza de la inercia de lo real
que nos rodea, el inverso también es cierto (y esta misma reversibilidad
forma parte del aparato de simulación y de la impotencia del poder): es
decir, ahora es imposible aislar el proceso de lo real, o probar lo
real.
Así, todas las tomas de rehenes
y parecidos son ahora como si fueran tomas de rehenes simuladas, en el
sentido de que están inscritas de antemano en los rituales de
orquestación y decodificación de los medios, anticipados en su forma de
presentación y consecuencias posibles. En resumen, su función es la de
un grupo de símbolos dedicados exclusivamente a su recurrencia como
signos, y ya no más hacia su "verdadero" objetivo en absoluto. Pero esto
no los hace inofensivos. Al contrario, equivale a eventos hiperreales,
deprivados de todo contenido u objetivos particulares, pero refractados
indefinidamente el uno por el otro, de modo que son inverificables por
un órden que sólo puede moverse en lo real y lo racional, en los fines y
medios. Un órden referencial que sólo puede dominar a los propios
referenciales, una forma de poder específico que sólo puede dominar un
mundo específico, pero que no puede hacer nada ante la recurrencia s in
fin de la simulación, sobre esa nébula sin peso que ya no obedece la ley
de la gravitación de lo real -- el poder en sí mismo desgajándose en
este espacio y convirtiéndose en una simulación de poder, desconectado
de sus objetivos, y dedicado a la simulación en masa.
La
única arma del poder, su única estrategia contra esta derrota, es
reinyectar realidad y referencialidad en todos lados, para intentar
convencernos de la realidad de lo social, de la gravedad de la economía y
las finalidades de la producción. Para ese propósito prefiere el
discurso de la crisis, pero también - ¿por qué no? - el discurso del
deseo. "¡Toma tus deseos como realidad!" podría entenderse como el
slogan definitivo del poder, puesto que en un mundo no-referencial
incluso la confusión del principio de realidad con el principio de deseo
es menos dañino que la hiperrealidad contagiosa. Uno permanece entre
principios, ahí el poder siempre tiene razón.
La
hiperrealidad y la simulación disuaden todo principio y todo objetivo;
vuelven contra el poder esta disuasión que ha sido tan bien utilizada
por largo tiempo. Pues fue el capital el primero en alimentarse a través
de su historia de la destrucción de toda referencia, todo objetivo
humano, lo que quebró toda distinción ideal entre verdadero y falso,
bueno y malo, para establecer una ley radical de equivalencia e
intercambio, la ley de hierro de su poder. Fue el primero en practicar
disuasión, abstracción, desconexión, desterritorialización, etc; y si
fue el capital el que fomentó el concepto de la realidad, fue también el
primero en liquidarlo en el exterminio de cada valor de uso, cada
equivalencia real de producción y riqueza, en la omnipotencia de la
manipulación. Ahora es esta misma lógica la que hoy se endurece aun más
contra él. Y cuando intenta luchar contra esta catastrófica espiral
secretando un último brillo de realidad, en el que pueda encontrarse un
último brillo de poder, sólo multiplica los signos y acelera el juego de
la simulación.
Al estar
históricamente amenazado por lo real, el poder arriesgó la disuasión y
la simulación, desintegrando toda contradicción a través de la
producción de signos equivalentes. Cuando es amenazado hoy por la propia
simulación (la amenaza de desaparecer en el juego de signos), el poder
arriesga lo real, arriesga crisis, juega con la remanufacturación de las
bases artificiales, sociales, económicas, políticas. Esta es una
cuestión de vida o muerte para él, pero es tarde.
De
ahí la histeria característica de nuestro tiempo: la histeria de la
producción y reproducción de lo real. La otra producción, aquella de
bienes y comodidades, aquella belle epoque de la economía política, ya
no tiene sentido por sí misma, y no lo ha tenido ya por un tiempo. Lo
que la sociedad busca a través de la producción y sobreproducción, es la
restauración de lo real que se le escapa. Por esto es por lo que la
producción "material" contemporánea es en sí misma hiperreal. Conserva
todas sus características y todo su discurso de la producción
tradicional, pero no es más que su refracción a una escala más baja (así
que los hiperrealistas atan a una impresionante semejanza una realidad
donde ha escapado todo encanto, todo significado, toda la profundidad y
la energía de la representación). Así, el hiperrealismo de la simulación
se expresa en todas partes por la impresionante semejanza de lo real a
sí mismo.
El poder también por algún
tiempo ya no produce más que signos de su propia semejanza. Y al mismo
tiempo, otra figura de poder entra en juego: la demanda colectiva por
signos de poder - una unión sagrada que se forma alrededor de la
desaparición del poder. Todo el mundo pertenece a él más o menos con
miedo ante el colapso de lo político. Y al final, el juego del poder no
resulta ser más que la obsesión crítica con el poder - una obsesión con
su muerte, con su supervivencia, cuanto mayor más desaparece; cuando ha
desaparecido por completo, lógicamente estaremos bajo el completo
hechizo del poder -, un recuerdo cautivador anunciado ya en todas partes
manifestándose en un lugar particular, y al mismo tiempo la compulsión
para librarse de él (nadie lo quiere ya, todos lo descargan sobre
otros), y el aprensivo lamento sobre su pérdida. Melancolía para
sociedades sin poder: esto ya alzó al fascismo, esa sobredosis de un
referencial poderoso en una sociedad que no puede acabar su lamento.
Pero
estamos aún en el mismo barco: ninguna de nuestras sociedades sabe cómo
manejar su lamento por lo real, por el poder, por lo social, que se
implica en esta ruptura. Y es a través de una revitalización artificial
de todo esto por lo que intentamos escapar a ello. Inevitablemente esto
acabará en el socialismo. A través de un giro de los eventos y una
ironía que ya no pertenece a la historia, es a través de la muerte de lo
social que el socialismo emergerá - tal y como es a través de la muerte
de Dios que las religiones emergen -. Un retorcido camino, un evento
perverso y reverso ininteligible a la lógica de la razón. Tal y como lo
es el hecho de que el poder tan sólo está presente para ocultar que no
hay ninguno. Una simulación que puede continuar indefinidamente, puesto
que - no como el "verdadero" poder que es o fue una estructura, una
estrategia, una relación de fuerza, un interés - ahora no es más que el
objeto de una demanda social, y por tanto sujeta a la ley de la oferta y
la demanda, en lugar de a la violencia y la muerte. Complétamente
destripada de su dimensión política, es dependiente como cualquier otro
bien manufacturado, de la producción y el consumo de las masas. Su
brillo ha desaparecido - sólo la ficción de un universo político se
salva.
Del mismo modo con el trabajo,
el brillo de su producción y su violencia no existen ya. Todo el mundo
produce aún, y más y más, pero el trabajo sutilmente se ha convertido en
otra cosa: una necesidad (como Marx idealmente lo vio, pero no en el
mismo sentido), el objeto de la demanda social, como el ocio, al que es
equivalente en el cómputo general de las opciones de vida. Una demanda
igualmente proporcional exáctamente a la pérdida de base del proceso del
trabajo. El mismo cambio en la fortuna como en el poder: el objetivo
del escenario en que se representa el trabajo es ocultar el hecho de que
el trabajo-real, la producción-real, han desaparecido. Y por ello
también lo ha hecho la huelga-real, que ya no es detener el trabajo,
sino su polo alternativo en la ascensión ritual del calendario social.
Es como si todos hubieran "ocupado" su lugar de trabajo, tras declarar
la huelga, y hubieran seguido produciendo,... como es costumbre en
trabajos conducidos por uno mismo, en exáctamente los mismos términos
que antes, declarándose a sí mismos (y estando virtualmente) en un
estado de huelga permanente.
No es
esto un sueño de ciencia ficción: en todas partes es una cuestión de
duplicar el proceso del trabajo -- y de un doble para el proceso de la
huelga, que se incorpora como crisis en la producción --. Así que no hay
ya más huelgas o trabajo sino ambos a la vez, quiere decir algo
totalmente distinto: una brujería del trabajo, un escenodrama (para no
decir melodrama) de la producción, una dramaturgia colectiva ante el
vacío escenario de lo social.
No es
ya más una cuestión de la ideología del trabajo - de la ética
tradicional que oculta el proceso "real" de trabajo y el proceso
"objetivo" de explotación - sino del escenario de trabajo. Del mismo
modo, no es ya una cuestión de la ideología del poder, sino del
escenario del poder. Las ideologías clásicamente corresponden a la
traición de la realidad a través de los signos; la simulación
corresponde al cortocircuito de la realidad y su reduplicación a través
de signos. Siempre es el objetivo del análisis ideológico la
restauración del proceso objetivo; siempre es un falso problema intentar
restaurar la realidad detrás del simulacro.
Por
esto es en última instancia por lo que el poder siempre está apoyado
por los discursos y los discursos sobre ideología, pues todos estos
discursos acerca de la verdad, incluso y especialmente si tienen un
carácter revolucionario, para contrarrestar las caídas mortales de la
simulación.
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