En esta ocasión, más que indagar en la obra y vida de un autor, he querido detenerme en el problema de la producción de arte de género en Chile.
Al respecto debo señalar que por género, no me refiero a la consabida oposición hombre y mujer y el rol de lo masculino y femenino dentro de los procesos creativos y las implicancias de poder del tema, sino al simple hecho de que en Chile, el arte narrativo, cine y literatura específicamente, no se ha caracterizado por “profundizar” en las perspectivas que brinda el terror, la fantasía, el cine negro o género policial y la literatura de anticipación o ciencia ficción. Quisiera además con esta nota, rendir un sincero y sencillo homenaje a quienes han cultivado de manera genuina, esas dimensiones de la narrativa, especialmente al eternauta de Curepto, Hugo Correa, fallecido recientemente, el pasado mes de marzo del presente año.
Este autor, creador de obras como Los Altísimos de 1959, El que Merodea en la Lluvia del 62 y la colección de cuentos de Ficción Espacial, Cuando Pilato se Opuso del 71, entre otras obras que prolongan la sapiencia de su pluma hasta el comienzo de este nuevo siglo, lo sitúan como uno de los pocos pero no escasos autores, que con mayor devoción y consecuencia, se entregó al generó, pese a la escasa y pobre recepción que su obra tuvo en nuestras fronteras, más allá de haber conseguido logros que ya quisieran algunos autores de la narrativa dizque tradicional.
Correa fue elogiado por el mismo Bradbury y traducido e incluido dentro de prestigiosas publicaciones y antologías en diversos idiomas, y ubicado a la par, en la constelación de otros latinoamericanos destacados como Ángel Arango, Daína Chaviano y Oscar Hurtado en Cuba, donde si hay una cultura basta, en torno a la novela y cuento de anticipación y en argentina, compartiendo la galaxia con Bioy Casares y la autora de Kalpa Imperial Angélica Gorodischer.
Correa es sin duda un autor de culto, hoy su resonancia y difusión parece maxificarse día a día en blogs, foros en los cuales su obra se discute y sigue encantado tras la lectura por medio de reediciones digitales que no impiden en lo absoluto, la cacería de los coleccionistas y devotos, que pelean por hacerse con una copia original de su obra prima Los Altísimos. Podemos en tal medida señalar que se cumple su deseo personal en torno a la literatura. Correa mismo señaló en su última entrevista “Nunca busqué reconocimiento ni promoción, sino que las editoriales regularmente se interesaran por mi obra. Nunca he esperado otra cosa, sino simplemente que los lectores encuentren bueno lo que escribo”
Correa sin duda, es un nombre ineludible para los conocedores, para el lector especialista, y los escritores, pero no es el único, muchos se preguntarán entonces, ¿hay más?, ¿quiénes son y de dónde vienen?, ¿dónde puedo leerlos?, o siquiera por curiosidad, saber qué han hecho. Bueno para despejar un poco esas dudas, vale la pena dar un vistazo a sitios como puerto de escape, y descubrir que pese a que no tenemos una tradición, el mismo Correa lo dijo, “Aquí siempre estamos en un presente que se prolonga, que no pasa nada. Los grandes descubrimientos no pasarán aquí, porque no se estimula la investigación.” Empero eso no implica que no haya una línea que se escapa por discreta y periférica que esta sea.
Claramente, tras el deceso del maestro, empezará en torno a su figura una promoción mayor del trabajo que hizo y brotará el que se le vincula, merecidos homenajes y reconocimientos que no tuvo en vida, permitirán destapar la olla y quizá dar luces del género más allá del fandom o el círculo de convenciones.
Aún así, la problemática no termina, la condición de relegados del medio oficial, el ninguneo editorial y el trato de buena fe, tiene un origen que vale la pena indagar o siquiera describir someramente, este procede del prejuicio que ubica a los cultores del género como productores menores, hermanos pequeños y anecdóticos dentro de la gran masa creativa.
En Chile todavía existen temas que son adecuados y otros que sólo merecen ser relegados al anonimato, a la sonrisa y palmada de consuelo, “Ey, está bien, lo intentaste hijo, muchacho, hiciste una historia de vampiros, quisiste crear tu distopía cyberpunk, tu Blade Runner, tu hombre bicentenario, tu versión de la jungla de asfalto, ahora vete a jugar por allí, te parece” y si por aquellos azares, el subrepticio creador logra éxito, bueno, empiezan los siempre bien ponderados comentarios de la llamada crítica especializada: “Como no podría vender tanto, si es literatura de consumo, paraliteratura, cine para las masas, le da en el gusto a todos”.
Es que estamos tan acostumbrados al drama político, a la revisión histórica y a jugar con los tipos humanos: Estos son caricaturizados en comedias o elogiados desde perspectivas documentales que buscan rescatar su espíritu noble, casi de mártir de la tierra, pampa, mar y alturas indomables o en otra medida, renegando de ese fundacionalismo, las historias se zambullen de cara al conflicto urbano, existencial y económico, relaciones de pareja, discriminación social, sexual y el día a día del que a pulso se debate en la depredadora capital, queriendo mantenerse impoluto como un moderno Martín Rivas llegado de provincia o buscando una redención de su caos personal, la típica historia del drogadicto o la prostituta a lo Renton o Pretty woman criollos, que no podemos salir de esos esteriotipos de fabulación y más aún, de las formas de contarlas, creyendo que la única manera de abordar los temas es con linealidad y en el retrato fiel de lo captado por los sentidos, sin proyección a otros mundos, a otras perspectivas, quizá por miedo o repudio a Hollywood, al llamado cine o literatura de mercado y por una reverencialidad absoluta hacia el neorrealismo italiano, el cine francés y el tratado de costumbres o la novela decimonónica, cuyo efecto inmediato y empalagoso, es un feudo monotemático y monocorde en que nos releemos hasta el hartazgo y en que siempre vemos los mismos nombres y el mismo producto añejo o simulacro pobre de otras latitudes, desfilar con prestigio por las carteleras y anaqueles.
Algo más grave ocurre con disciplinas como el comic. El noveno arte queda relegado a un público infantil, esta afirmación no quiere para nada, remarcar la inexistencia de un público con criterio formado y con una visión más amplia al respecto, tampoco quiere señalar que no hayan autores que pese a lo que la corriente indica no se hayan atrevido a saltar la frontera de lo que se espera y hayan dado la espalda a la mezquina e ingrata fama y popularidad con el fin de crear en los ámbitos que le eran propios y queridos, por eso la mención inicial que destaca la labor de Correa y de muchos otros contemporáneos a él y sucesores dignos de su mirada.
Sin embargo mientras no se abra un poco la mente a otras pulsaciones y sensibilidades, existirán ingratas confusiones que disminuyen por ejemplo una novela gráfica como La Casta de los Metabarones al ámbito de una tira cómica o comic strip propia del suplemento dominical. La mención de la historia magistralmente ilustrada por el argentino Juan Jiménez, no es casual, pues curiosamente ella tiene por guionista al tocopillano Alejandro Jodorowsky, director además de cintas como el Topo, un western metafísico de alto vuelo.
En su novela gráfica, se plantea como en otras grandes sagas, adultas del comic y manga, El Incal, Watchmen o Akira, un mundo de profundas lecturas, en este caso un drama espacial de carácter épico que mezcla conocimientos de diversas culturas, mitología occidental, tradición oriental, humor, fantasía espacial y una pincelada para los patrioteros de siempre, de historia nacional, no por nada aparecen personajes como Doña Vicenta Gabriela de Rokha, la abuela. Constituida la saga familiar de honor y venganza, nada tiene ella que envidiar a cintas de Kurosawa, así como la mentada y altamente recomendada obra en extenso de Correa que tampoco debe ser ignorada, pues su genio nos permite despejar dudas y prejuicios con respecto al pasado, presente y sobre todo futuro del arte de género en Chile.
Autor: Daniel Rojas Pachas
Publicado en: Cinosargo.
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