domingo, 3 de agosto de 2008

José Lezama Lima

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RESISTENCIA

La resistencia tiene que destruir siempre al acto y a la potencia que reclaman la antítesis de la dimensión correspondiente. En el mundo de la poiesis, en tantas cosas opuesto al de la física, que es el que tenemos desde el Renacimiento, la resistencia tiene que proceder por rápidas inundaciones, por pruebas totales que no desean ajustar, limpiar o definir el cristal, sino rodear, romper una brecha por donde caiga el agua tangenciando la rueda giradora. La potencia está como el granizo en todas partes, pero la resistencia se recobra en el peligro de no estar en tierra ni en granizo. El demonio de la resistencia no está en ninguna parte, y por eso aprieta como el mortero y el caldo, y queda marcando como el fuego en la doradilla de las visiones. La resistencia asegura que todas las ruedas están girando, que el ojo nos ve, que la potencia es un poder delegado dejado caer en nosotros, que ella es el no yo, las cosas, coincidiendo con el yo más oscuro, con las piedras dejadas en nuestras aguas. Por eso los ojos de la potencia no cuentan, y en la resistencia lo que nos sale al paso, bien brotado de nosotros mismos o de un espejo, se reorganiza en ojos por donde pasan corrientes que acaso no nos pertenezcan nunca. Comparada con la resistencia la morfología es puro ridículo. Lo que la morfología permite, realización de una época en un estilo, es muy escaso en comparación con la resistencia eterna de lo no permisible.

La potencia es tan sólo el permiso concedido. Método: ni aun la intuición, ni lo que Duns Scotus llamaba conocimiento abstracto confuso, razón desarreglada. Método: ni la visión creadora, ya que la resistencia total impide las organizaciones del sujeto. Cuando la resistencia ha vencido lo cuantitativo, recuerdos ancestrales del despensero, y las figuraciones últimas y estériles de lo cualitativo, entonces empieza a hervir el hombre del que se han arrepentido de haberlo hecho, el hombre hecho y desprendido, pero con diario arrepentimiento de haberlo hecho el que lo hizo. Entonces... En esta noche al principio della vieron caer del cielo un maravilloso ramo de fuego en la mar, lejos de ellos cuatro o cinco leguas (Diario de navegación, 15 de Setiembre 1492). No caigamos en lo del paraíso recobrado, que venimos de una resistencia, que los hombres que venían apretujados en un barco que caminaba dentro de una resistencia, pudieron ver un ramo de fuego que caía en el mar porque sentían la historia de muchos en una sola visión. Son las épocas de salvación y su signo es una fogosa resistencia.

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TANGENCIAS

Después de haber inventado el cero, el príncipe Alef-Cero marchó a caballo hasta que el sueño le fue entrecruzado lanzándolo del caballo hacia la yerba cubridora de blandas rocas espongiarias. La flecha del caballo es su nariz. Interpuso su cuchillo entre la tierra y él, colocando después el escudo sobre el cuchillo con inclinación maliciosa, ya que por allí iba a pasar su sueño. Al recorrer el cuchillo la tierra, saltaba la fuente, pero moría la semilla. En los primeros naufragios del sueño se había apoyado con su arco somnoliento en la verticalidad de la fuente reciente, de tal modo que el arco apoyado de su entrevisto se aceraba horizontalmente; aumentando su potencia el chorro de la fuente tocaba al desprendido del aire y su sueño tan ligeramente que podía mantenerse horizontal sin abandonar el sueño que lo había desprendido del caballo. El sueño lo amputaba del caballo, sintiendo que al abandonarlo se abandonaba, pudiendo después readquirir la dureza infranqueable del mismo sueño cruzado sobre el reloj dentro del surtidor. De nuevo el caballo lanza por el sueño a su hialino tripulante. El caballo que saborea el arsénico, rechaza el polvo de carey. La carga lanzada por el caballo en el surtidor, insiste con su frente dulcemente apoyándose en el filo de la ventana. No es el inventor del cero, es el de la honda y semilla, el que espera que el agua se pudra para que empiece el recuerdo planetario de la semilla. El hombre maravilloso, por el contrario, esquinado en su jardín de losetas triangulares y losanges, cuclilla sus piernas y alonga sus brazos como un cisne nutrido con algodón diorita. Aún en la noche, tribuno gimnasta, desmemoriando, patinada acidez retrospectiva, acorralado por sus arañazos rítmicos, copiosos, estremecidos. En la medianoche, el caricortado de la semilla, cae con dulzura su cabeza en el filo de la ventana, que soporta también los dos pies del hombre en malla verde anaranjada y gris de acero tejido, esquinándose en su jardín como la soga de los puertos. Separados por el filo de la ventana, el hombre de tierra enarca su ojo para escuchar más que para descubrir; mientras el gimnasta, en la misma medianoche de lo normal sobresaltado, alza y baja sus piernas con un ritmo que parece el recuerdo de una marcha por el río. Al depositar la semilla no pudo saber que estaba traspasada, apoyo para una noche lanzado del caballo. El gimnasta al pasarse bruscamente la diminuta bola gomosa con núcleo de acero, de la mano de humo recordado a la de oro mordido, abre ojos y linealidad en su cansancio, fatigándose para alcanzar altura, duración y peso del saurio. No es mucho que cuando lance los instrumentos con los que fortalecía su pulso, tropiece con una flor por cansancio, y cada cansancio monstruoso se paralice con el terrígeno prendido escozor de la semilla traspasada por el hombre lanzado del caballo.



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