
Desvencijada, húmeda,
la grieta en tu párpado vilial,
inerme, macilenta, yace desnuda,
abierta carne, hecha jirones desde la lengua
y en su coche nuevo,
la dama,
mira el finito vacío sin ver.
Reflejado en las goteras genitales,
a su lado, el payaso,
calvo, de pequeños ojos y mirada confusa,
sostiene firme la navaja,
sudando la grasa espesa.
Sin querer mirar, ríe ante el infinito,
al ver la última cicatriz,
el gemido oscuro.
Los pasos fríos del cerro la cruz.
Autor: Daniel Rojas P.
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