lunes, 7 de enero de 2008

Bocanada.

Respira fuerte, trata de devorar el universo de una bocanada, eso solía decir mi padre, luego se encerraba a escribir poesía o cuentos en su biblioteca.

Entonces no podíamos hacer ruido, no es que fuese a pegarnos o algo parecido, era un hombre pacífico. Respondíamos con silencio, debido a un acuerdo tácito que todos respetábamos sin cuestionar. Mamá no tenía problemas con ello, ella lo conocía muy bien, le entendía, lo amaba por eso. Mi hermana mayor tampoco parecía sufrir su encierro, lo admiraba demasiado, pasaba horas viéndolo, qué pensaría, no lo sé, probablemente se veía reflejada a si misma en unos años, se profetizaba en el viejo. Hoy es una destacada escritora, heredó todo de él. Yo en cambio, me desenfocaba, me sacaba de quicio el no poder disfrutar como los otros niños, al menos eso creía. Me parecía que todos los otros pasaban el día entero jugando o conversando con sus padres mientras que solo y abandonado, por culpa de esos mugrosos libros y sus fiebres creadoras, debía apañármelas.

Ciertamente no tenia a los nueve, la imaginación suficiente para semejante carga.

Crecí ignorando todo respecto a él, distanciado, un tanto resentido y sin embargo, a donde fuera, todos decían, tu viejo es un gran hombre, un erudito. Debe ser increíble ser su hijo, jamás debes aburrirte escuchándolo. He oído que la biblioteca de tu antigua casa es magnífica, copias de obras que considerábamos perdidas, debes pasar horas revisando ese material ahora que él falleció… Es algo valioso el conocimiento, la prueba fehaciente, la labor de tu señor padre.

Yo me pavoneaba, me hacia sentir bien que hablaran así de él, era como si esas cosas las dijesen de mí, aunque en el fondo yo nunca le conociese a ciencia cierta y hasta hoy, luego de veinticinco años, no me haya atrevido quizá por rabia, a entrar a su gran estudio, atestado de obras que no tienen ningún significado especial en mi memoria. En realidad, eso no es del todo cierto, ellos fueron la barrera entre nosotros, sus paredes, ese olor dulce del papel ajado y amarillento mezclado con tonos opacos de madera muerta, siguen siendo el muro. Aquí se forjó el destino de dos hombres, mi apatía hacia los intelectuales y el amor a las grandes empresas movidas por un carácter depredador y claro como olvidar la augusta figura pensativa, que todos elevan en su imaginario y que luego pasaría a formar parte de contratapas de muchas obras reconocidas para terminar como fotos en libros escolares y en más de alguna biblioteca o museo, junto a todos esos ancianos que contribuyeron a dar identidad a nuestra cultura. Me sorprende como los recuerdos engañan. Mi impresión de este sitio, la biblioteca, no es la misma de antes, la creía enorme. Es grande pero no descomunal y fria, como en mis pesadillas.

Si la gente supiera la verdad mas allá del elogio, aunque nunca faltan mentes intuitivas e incisivos comentarios que me transparentan. -Ah usted no escribe como su hermana o su padre, la oveja negra eh. Un hombre de negocios, gris hasta el alma, es broma, un gusto tenerlo aquí… ojala sea tan brillante con las cuentas como su padre lo era con la pluma.

Y lo he sido, ahora me encargo de las regalías y reediciones de su trabajo,

soy dueño de una de las más grandes casas editoras y manejo la creación de muchos que han seguido la arenga de convertirse en un pequeño Dios ante el papel. Mi hermana no es una de mis clientes por supuesto, ella me detesta, dice que soy un buitre, un mercachifle que tijereteo lo espontáneo, lo vivo. Ella le va a lo independiente. En numerosas entrevistas ha dejado ver desnuda su brutal opinión hacia basuras comerciales y consumistas como yo. -Han llenado los anaqueles de las librerías y bibliotecas con lo peor, formulas miserables, prosas en serie, explotan tesoros de la humanidad, ponen precio a lo sensible a la belleza. No nos hablamos desde hace cinco años. Enloqueció cuando compre a mi madre la casa en que crecimos para volverla un museo, cuyo principal atractivo seria mostrar al mundo la biblioteca del vate, el rapsoda que abrió las puertas a la modernidad con su lógica trascendente, dejando impregnado cada muro con su sabiduría y visionaria transgresión… soy muy bueno para vender… me he vuelto un poeta de los slogans y mi viejo no es más que una pegatina o estampado en un gift shop al terminar el tour… no lo veo como una venganza, es más bien lo que merezco como compensación ante tantos años de silencio…

Sólo aquí hay calma, ante el bullicio y griterío, los libros se mantienen en sus posturas impasibles, el mundo afuera no ha cambiado para ellos y sin embargo su contenido cobra más fuerza, su mensaje se nutre en oposición a la barbarie de esos desgraciados. Cuelgan a las pobres gentes que reclaman su derecho a ser libres… están quemando, saqueando a las familias y entre cada zapateo y ráfaga, sepultan una parte de todos. Cada día se llevan a más personas… El destino de esos cuerpos es un rumor oscuro, desdibujado… Ahora están aquí, por esto, para echar abajo este lugar y cada hoja inocente que no se doblega.

No soportan el pasado, saben que en estas letras, en estas hermosas paredes con oídos, hay una tolerancia que sus corazones extrañan y que no se condice con el futuro que quieren modelar.

Procuran raspar lo que hemos vivido y colocar su emblema, el palimpsesto vulgar que llaman verdad.

Suenan los vehículos, sus ruedas sobre la tierra y comienzan a retumbar esos cantos imperiales, la voz de su líder discursea en un estúpido galimatías.

Empapa las frías calles y llega por las ventanas hasta aquí. Los muros resisten su voz muerta, su mensaje de odio. Aquí estoy a salvo, pero no tardarán en derribar la madera y reducir cada palmo del edificio con antorchas. Yo soy parte ahora de él, de sus pasadizos y laberintos, en que tantos se perdieron para reencontrarse entre ideas originales… La puerta estalla en miles de pequeños fragmentos, el cemento del umbral cae, no se dan el tiempo de ser sutiles, de discernir sobre el contenido del mundo que los devora, el tanque entra aplastando mesas y estanterías, luego gritos, maldiciones, botas y uniformes como destellos que van y vienen con grandes haces de luz en sus manos. Depositan su calor y el papel arde mudo, ahora no hay refugio para el canto de su emperador, salgo de mi oficina, demudado, consciente de mi suerte, decepcionado de la humanidad y los veo disfrutar la insensatez, son máquinas. Qué los llevo a esto, jamás podré descubrirlo. Respiro fuerte, trato de devorar el universo de una bocanada, abren fuego y terminan por consumirlo todo, violento, estúpido, el silencio se reestablece, se marchan y detrás suyo, ruinas

…Mi padre escribía este tipo de cosas, sensiblerías. Probablemente validas para otros tiempos, el mundo es distinto ahora, es un lujo amargarse y buscar preguntas con esquiva resolución. Mucha gente sintió a flor de piel su mensaje, lo aman, tienen una opinión de él, una buena.. yo creo que debió ser más directo.

Autor: Daniel Rojas P.

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