El tremor de la novela
El Tremor,
ese movimiento espasmódico que es comunicado a través del cuerpo sin un
remitente ni un destinatario, digamos, ese impulso que va en contra de la
comunicación, que corta su transitividad, es tomado por Daniel Rojas Pachas
para volver a experimentar el fracaso de los géneros convencionales de
construcción literaria, en este caso de la novela. Como ya lo había hecho con Gramma y Soma, Rojas Pachas sostiene la corrosiva premisa de que el evento
literario es la exposición frustrada de una expresión. Esto, ya que en Tremor, aunque la silueta textual simule
el discurso novelesco, se presentan una serie de textos aparentemente inconexos
y disímiles que debiesen corresponder, en una pericia criminalística, a las
huellas de un asesinato, específicamente, un crimen pasional. Comparecer,
quizás, a las pericias lectoras que logren conducir las tensiones sexuales,
sociales y escriturales de un grupo de personajes arrojados a esa barbarie que
se supone en los márgenes geográficos de un país. Y si ya Rojas Pachas ha desarrollado
una persistente labor relativa a la difusión literaria en el extremo norte de
Chile, la escrituración de tal decurso acaba traduciendo el eco que el
desértico paisaje devuelve en silencio: todo asomo de grandilocuencia y
majestuosidad que pareciera caberle aún a la literatura.
Como otros relatos o ejercicios en los que el
montaje es central, Tremor anula las
posibilidades de decir que pareciese tener la novela, al recolectar, como el
río, una serie de imágenes, retazos, signos y anécdotas sucias. Significativo,
en este punto, el hecho de que personajes femeninos y masculinos, es decir,
voces sin cuerpo, acaben corporalizando el discurso sin distinción más que el
deseo de arruinarse. La completitud de las acciones, entonces, se transforma en
un polo evitado decididamente en el texto, desplazando la contención, la
pulcritud y el recato al exceso total de cada acontecimiento, al girar todas
las partículas como moscas que orbitan la podredumbre física.
Walter Benjamin hace ya un tiempo observaba la
importancia que tiene el texto al pie del arte, en este caso, de las
fotografías, como podría entenderse también la escritura de Salvador Elizondo
en Farabeuf :
En este momento tiene que intervenir el pie que
acompaña a la imagen, leyenda que incorpora la fotografía a la literaturización
de todas las condiciones vitales y sin la que cualquier construcción
fotográfica se quedaría necesariamente
en una mera aproximación (…) pero ¿no es cada rincón de nuestras ciudades un
lugar del crimen, no es un criminal cada uno de sus transeúntes? ¿No es la
obligación del fotógrafo, descendiente del augur y del arúspice, descubrir en
sus imágenes la culpa y señalar al culpable. «No el que ignore la escritura,
sino el que ignore la fotografía», se ha dicho, «será el analfabeto del
futuro».
El crimen, la literatura y la fotografía
cristalizadas en un modo de representación, entonces, ¿no estarían buscando
también representar la realidad? Y si así fuese, ¿de qué realidad podemos
hablar en este texto mudo que nos presenta Tremor?
En términos históricos, quizás, sería una acumulación de monumentos literarios
y artísticos que impide una salida al reflejo de la compleja estructura de
diálogos que configurarían lo real. Me explico. Rimando con la experiencia que
atisbara Georg Lukács durante el siglo pasado, el fenómeno literario da cuenta,
específicamente en Tremor, de la
terrible carencia de vínculos entre estratos y niveles, sean estos tanto
sociales como expresivos. Además de la suma de legajos que imposibilitan la
síntesis del sentido, la trama y el despliegue de los personajes y las acciones
acaban exponiendo las múltiples fracturas entre los sujetos, los mundos y los
signos que debiesen gobernar en un orden conceptual. Como ocurría con los
enrevesados criptogramas, la experiencia del mundo y la realidad son acumulados
sin ton ni son en la memoria de los sujetos, incapaces de alcanzar un detalle
que siquiera simbolice, alegorice o refiera a un más allá. Incluso la
posposición crítica de una literatura arrojada al desplazamiento representa su
abismo, su límite: aquel en que ni siquiera la ambigüedad es posible. De un
modo similar a las osamentas irreconocibles que se mezclan con las arenas del
tiempo en el desierto, los textos de Tremor
indican irónicamente a la ciencia y a la policía, aquellas disciplinas que se
simulan análogas para permitir una primera instancia lectora, esta es,
cuestionar el estatuto de lo literario en el texto. Y es que otear los
extramuros de la palabra, de la opinión común y el sentido convencional de las
producciones artísticas ofrecen nos devuelve a una realidad en la que todo
excurso es criminal o criminalizado, siendo ese afuera de la crítica la forma
en que la policía –oxímoron de la poesía- intenta corregir, regir, comandar la
nave del mercado en su suave mecerse sobre las aguas del lenguaje. Digamos
entonces que la realidad de Tremor no
dista mucho de un estado policíaco, en el que la lengua, los signos y la
literatura son prófugos, aún sin un precio sobre su cabeza.
Juan Manuel Silva Barandica
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