Presentación
de Carne (Editorial Itinerante, 2012)
de Daniel Rojas Pachas.
Lo evidente es el
cuerpo no en su dimensión psíquica, sino material. El body horror, la pulsión
de muerte. La violencia es evidente y no, en sus distintas dimensiones. Pachas
trabaja el ímpetu verbal desarreglado, apoyado en la profusión de signos
gráficos propios del lenguaje del chat o de las actualizaciones de facebook:
una transcripción de la oralidad sin filtro, sin correcciones: una simulación
de inmediatez. La convulsión epiléptica, el desmembramiento y la tortura de la
conciencia entonces como actividad conjunta: no vale el fenómeno fuera su
fenomenología, ni la idea del fragmento fuera del decorado: la cita, la
comunicación con la cita, el texto surgido o no del dialogo con ella, etc:
trozos de carne el espacio del texto, carnicería efectuada en una carnicería:
imposible distinguir el origen de la carne que tapiza las baldosas o se
inscribe en los mesones metálicos o en las también metálicas repisas del
frigorífico. Imposible también descifrar las últimas palabras o muecas de los
labios que tiene sobre los labios el leather face de la masacre de Texas (“ed
gein style / tobe hooper es dios”). Cuáles los signos de la convulsión: en Carne, a mi modo de ver, la profusión de
signos exclamativos, en lugar de acompañar gritos y vociferaciones evidentes,
acompaña, muchas veces, extrañas calmas o extraños silencios. De la misma
manera, la profusión de puntos suspensivos, en lugar de suspender o aquietar o
inocular el silencio, muchas veces acompaña tremendos gritos de rabia vomitiva
que pasan soterrados (como la sorpresa del vomito de la noche anterior por la
mañana). Es la inmediatez de una violencia pasada por el filtro de la
transcripción. La violencia existe también, sobretodo, en esa contradicción de
los signos. Lo que por disgregar diré que es menos que evidente en Cronenberg
que en Lynch, donde la imagen angelical o tranquilizadora surge en un ambiente
no idóneo, o al revés: el profundo horror, o el horror humorístico en lo
cotidiano (por ejemplo, Pachas vendiendo chapitas y poleras a un completo
estúpido, para pagar los estudios). Bueno, hasta acá con la violencia por
ahora. No es que Pachas haga girar la rueda del Dharma por momentos, pero la
violencia es un aspecto más, entre otros. Quiero hacer un breve comentario
sobre las pags. 3 y 41 (de la edición de Cinosargo, porque esta nueva edición
no tiene las páginas numeradas) En la pp.3
el autor incluye una cita de Derrida, que abre una línea de lectura para
Carne: sobre los elementos citados y
la conformación del discurso como un dialogo entre un discurso anterior o un
texto de origen, incorporado a nuevo conjunto, o nuevo discurso. En la pagina
41 (penúltima página), el autor cierra líneas de lectura para Carne. Las cierra en el sentido de que
las evidencia como mecanismos de legitimación del texto, y cómo líneas de
análisis burdas o poseras, dice: “que la hipertextualidad y la fragmentación de
la reconchasumadre”. Es decir, cierra la misma línea de lectura que abre al
inicio. Deslegitima la legitimización, apelando directa y violentamente contra
el lector. Esto, unido a lo que dije hace un rato sobre la profusión de signos,
me parece muy interesante, pues nos habla de un autor consiente: el lector es
siempre, en el mejor de los casos, un estúpido, necesita guiños, signos, ser
guiado, aprender los trucos, ganar con trampa. Pachas a veces nos facilita
estos trucos, otras veces se defiende de ellos: en esto, a mi parecer, hay una
inseguridad básica (si se quiere neurótica), bastante sana y democrática: lejos
está Pachas del fascismo críptico y del coro autorizado.
En lo que respecta a la
cita, pasa que la relación de los textos con la cita ocurre, pero no es una
constante, por lo que resulta una línea por lo menos engañosa. A mi parecer, el
sentido profundo de los mecanismos de la cita, tiene más que ver con la auto-cita
(citarse a sí mismo, a la cotidianidad en su insignificancia) que con otra
cosa. Aquí, creo, opera el dialogo y la memoria como conceptos centrales. El
dialogo está presente de distintas maneras: la cita directa, como dijimos, la
auto cita y en algo que anoté como soledad dialogada, que vendría siendo esta
híper comunicación o ventilación dirigida al que lo lea: el lenguaje de las
anotaciones diarias y de las actualizaciones del facebook, por ejemplo. Una
escritura que simula la inmediatez y el feedback y que en esa simulación no se
percibe así misma como un discurso monológico, sino quizás como un discurso
incompleto o abierto, una conversación abandonada, una propuesta. Aquí cito a Daniel: “La memoria es una tarea
de escritura imperfecta”, luego dice: “siempre estamos leyendo y contando las
mismas historias en un proceso interminable de citas y referencias /…/ jugando
a ser artista…”. Leer y contar. En Carne se mezclan tipos de registro y tipos
de relato (según mi modo de ver, la poesía entendida como registro excede los
aspectos formales de la poesía o de cómo pensamos que debería ser un poema o
poemario). En los relatos, al lado de las anécdotas cotidianas, se narran actos
macabros, violaciones, crímenes, que puestos así, de esa manera, como evidente
ficción al lado de la evidente realidad (violación narrada desde el violador o
Raskolnikof asestando un hachazo a una vieja v/s un viaje en bus cruzando la
frontera, el desierto), toman un peso diferente, donde los límites de la
intencionalidad quedan difusos. Aquí cito a Daniel: “Es un espejo del mundo,
una síntesis diaria que se libra entre cuatro paredes desnudando la mezquindad,
soberbia y ego superficial del ser humano”. Esto dicho tendiendo presente la
insatisfacción permanente del deseo permanente en la sociedad de consumo. Este
tema, la insatisfacción, que en el fondo es una problemática sobre el placer,
en el libro es tratado con pesar o con rabia o con humor o con excitación. El
pilar, creo, es el deleite pornográfico y es allí, en ese deleite, donde no
queda claro el límite entre la actitud crítica y el placer morboso. Un límite
que honestamente, creo no está claro en ningún sujeto de los que vivimos la
cultura del consumo. Y que por lo mismo no necesita estar claro en un libro,
que tiene los cojones de plantearlo.
Francisco Ide
Wolleter
18/ octubre,
2012. Santiago.
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