Breves apuntes sobre la desestructuración cultural y el mestizaje.
Autor: Daniel Rojas Pachas.
Frente a la noción de cultura en un “estado puro”, mirada estática y estructural, Roger Bastide privilegia la idea de “relación intercultural” como un proceso dinámico y flexible ajeno a miradas maniqueistas o polaridades que escinden el pensamiento y actuar del hombre en bueno o malo, correcto e incorrecto, superior e inferior, masculino y femenino. Esto sin duda desafía el concepto organicista que tendía a prestigiar un sistema cerrado, idéntico a sí mismo, homogéneo y capaz de desarrollarse con éxito y uniformidad mientras menos influencia tuviese de factores externos.
El cambio conceptual de Bastide se extiende más allá de lo teórico y penetra al ámbito ontológico de la realidad pues un término como “aculturación” antes pensado dentro del campo del conocimiento como un proceso negativo y perjudicial para las culturas pasa a entenderse como un fenómeno universal que se produce en formas y grados muy diversos que van desde la espontaneidad a la planificación y cuyas fases varían en importancia de acuerdo al contexto de la realidad en estudio.
Podemos agregar que Bastide con este cambio de paradigma llega al punto de invertir la terminología clásica y aquella perspectiva de los estudios otrora petrificantes e inmanentistas atreviéndose a señalar que la homeóstasis en que se desarrollan las sociedades y el individuo no debe entenderse como mera cultura, pues este término se refiere tan solo a un estado, a un momento de regulación espacio-temporal que se enmarca dentro de la mecánica constante de cambio, intervención, diálogo, intercambio, asimilación e incluso etnocidio, por tanto es más apropiado hablar de “culturación” pues ella refleja el constante flujo en que transitamos históricamente como usuarios y actores de prácticas que si bien, nos permiten estructurar la realidad, crear estereotipos que además podemos tipificar con nomenclaturas y taxonomías para su estudio y práctica metodológica, sin embargo, en la praxis rara vez se encuentran cristalizados e inamovibles como en un laboratorio o texto académico pues su pervivencia y difusión requiere de la constante adaptación, deconstrucción de jerarquías y reestructuración de formas de poder, mutación del lenguaje y sus códigos, alteración de la tipología de géneros y desde luego la suma de todos estos factores altera la operatividad de las instituciones.
Esto ataca la mirada de autores como Claude Lévi Strauss y agrega que más que hablar de estructura conviene trabajar los estudios culturales en términos de acción y transformar el concepto rígido de estructura a “estructuración”, “desestructuración” y “reestructuración”. Y agrega en su explicación que debemos eliminar la tendencia a ver la desestructuración peyorativamente analogando con error el concepto a desintegración, pulverización y erradicación de lo que se entiende por cultura, cuando por el contrario esta es una fase más del proceso a través del cual la realidad en que nos desenvolvemos evoluciona y se transforma, pues sin exagerar habitamos y convivimos en una fragmentación atravesada por relatos que se cruzan y retroalimentan en diversas instancias que no necesariamente son negativas o positivas, sino que simplemente son dentro del cambio.
Lo que en conclusión da a las ideas de filiación y pureza, un agotado carácter mítico.
Considerando el área de la semiótica, hermenéutica e intertextualidad vale la pena agregar y vincular lo expuesto por Roger Bastide frente a los aportes de Roland Barthes que señala:
La intertextualidad, condición de todo texto cualquiera qué sea, no se reduce evidentemente a un problema de fuentes o de influencias. El intertexto es un campo general de fórmulas anónimas cuyo origen raramente es identificado, de citas inconscientes o automáticas, dadas sin comillas. Epistemológicamente, el concepto de intertexto es lo que aporta a la teoría del texto el volumen de la socialidad: es todo el lenguaje, anterior y contemporáneo, que llega al texto no según la vía de una filiación identificable, de una imitación voluntaria, sino según la vía de diseminación. (Barthes 1968:1015).
Imagen que asegura al texto el estatuto no de una reproducción, sino de una productividad y agrega luego:
Esto es precisamente el intertexto: la imposibilidad de vivir fuera del texto infinito --no importa que ese texto sea Proust, o el diario, o la pantalla televisiva: el libro hace el sentido, el sentido hace la vida" (Barthes. 1974, p.49)
Esta mirada nos ha permitido transitar desde estudios netamente estructuralistas a teorías post-coloniales, teoría queer y abordar métodos valiosos como el semanálisis de Kristeva, lo cual me lleva a pensar en el valioso cambio de mirada de los creadores frente a la hibridación y el mestizaje a la hora de transponer una concepción cerrada y unívoca del texto, el sujeto y los géneros literarios.
Vale la pena escuchar como cierre a estas pequeñas ideas lo que dice Carpentier respecto al mestizaje.
Autor: Daniel Rojas Pachas.
Frente a la noción de cultura en un “estado puro”, mirada estática y estructural, Roger Bastide privilegia la idea de “relación intercultural” como un proceso dinámico y flexible ajeno a miradas maniqueistas o polaridades que escinden el pensamiento y actuar del hombre en bueno o malo, correcto e incorrecto, superior e inferior, masculino y femenino. Esto sin duda desafía el concepto organicista que tendía a prestigiar un sistema cerrado, idéntico a sí mismo, homogéneo y capaz de desarrollarse con éxito y uniformidad mientras menos influencia tuviese de factores externos.
El cambio conceptual de Bastide se extiende más allá de lo teórico y penetra al ámbito ontológico de la realidad pues un término como “aculturación” antes pensado dentro del campo del conocimiento como un proceso negativo y perjudicial para las culturas pasa a entenderse como un fenómeno universal que se produce en formas y grados muy diversos que van desde la espontaneidad a la planificación y cuyas fases varían en importancia de acuerdo al contexto de la realidad en estudio.
Podemos agregar que Bastide con este cambio de paradigma llega al punto de invertir la terminología clásica y aquella perspectiva de los estudios otrora petrificantes e inmanentistas atreviéndose a señalar que la homeóstasis en que se desarrollan las sociedades y el individuo no debe entenderse como mera cultura, pues este término se refiere tan solo a un estado, a un momento de regulación espacio-temporal que se enmarca dentro de la mecánica constante de cambio, intervención, diálogo, intercambio, asimilación e incluso etnocidio, por tanto es más apropiado hablar de “culturación” pues ella refleja el constante flujo en que transitamos históricamente como usuarios y actores de prácticas que si bien, nos permiten estructurar la realidad, crear estereotipos que además podemos tipificar con nomenclaturas y taxonomías para su estudio y práctica metodológica, sin embargo, en la praxis rara vez se encuentran cristalizados e inamovibles como en un laboratorio o texto académico pues su pervivencia y difusión requiere de la constante adaptación, deconstrucción de jerarquías y reestructuración de formas de poder, mutación del lenguaje y sus códigos, alteración de la tipología de géneros y desde luego la suma de todos estos factores altera la operatividad de las instituciones.
Esto ataca la mirada de autores como Claude Lévi Strauss y agrega que más que hablar de estructura conviene trabajar los estudios culturales en términos de acción y transformar el concepto rígido de estructura a “estructuración”, “desestructuración” y “reestructuración”. Y agrega en su explicación que debemos eliminar la tendencia a ver la desestructuración peyorativamente analogando con error el concepto a desintegración, pulverización y erradicación de lo que se entiende por cultura, cuando por el contrario esta es una fase más del proceso a través del cual la realidad en que nos desenvolvemos evoluciona y se transforma, pues sin exagerar habitamos y convivimos en una fragmentación atravesada por relatos que se cruzan y retroalimentan en diversas instancias que no necesariamente son negativas o positivas, sino que simplemente son dentro del cambio.
Lo que en conclusión da a las ideas de filiación y pureza, un agotado carácter mítico.
Considerando el área de la semiótica, hermenéutica e intertextualidad vale la pena agregar y vincular lo expuesto por Roger Bastide frente a los aportes de Roland Barthes que señala:
La intertextualidad, condición de todo texto cualquiera qué sea, no se reduce evidentemente a un problema de fuentes o de influencias. El intertexto es un campo general de fórmulas anónimas cuyo origen raramente es identificado, de citas inconscientes o automáticas, dadas sin comillas. Epistemológicamente, el concepto de intertexto es lo que aporta a la teoría del texto el volumen de la socialidad: es todo el lenguaje, anterior y contemporáneo, que llega al texto no según la vía de una filiación identificable, de una imitación voluntaria, sino según la vía de diseminación. (Barthes 1968:1015).
Imagen que asegura al texto el estatuto no de una reproducción, sino de una productividad y agrega luego:
Esto es precisamente el intertexto: la imposibilidad de vivir fuera del texto infinito --no importa que ese texto sea Proust, o el diario, o la pantalla televisiva: el libro hace el sentido, el sentido hace la vida" (Barthes. 1974, p.49)
Esta mirada nos ha permitido transitar desde estudios netamente estructuralistas a teorías post-coloniales, teoría queer y abordar métodos valiosos como el semanálisis de Kristeva, lo cual me lleva a pensar en el valioso cambio de mirada de los creadores frente a la hibridación y el mestizaje a la hora de transponer una concepción cerrada y unívoca del texto, el sujeto y los géneros literarios.
Vale la pena escuchar como cierre a estas pequeñas ideas lo que dice Carpentier respecto al mestizaje.
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