jueves, 16 de julio de 2009

Sobre el arte poético y la llamada función social.

Sobre el arte poético y la llamada función social.



Ocio increíble del que somos capaces, perdónennos
los trabajadores de este mundo y del otro
pero es tan necesario vegetar.
Dormir, especialmente, absorber como por una pajilla delirante
en que todos los sabores de la infelicidad se mixturan
rumor de vocecillas bajo el trueno
(Lihn -Mester de juglaría)


Sobre el arte poético y la llamada función social. Mucho se puede decir al respecto, a lo largo de la historia han existido infinidad de discusiones bizantinas e inoficiosas (lo cual no les resta valor, es un ocio necesario) asimismo se han logrado alcances interesantes y un poco más certeros sobre el tema, sin embargo, mi intención al redactar este artículo, no es entrar teóricamente a la discusión (aún cuando me cueste mucho desprenderme de aquel ropaje). En realidad, me auto-impongo el asunto, como oportunidad para el diálogo, lo cual no deja de verse afectado por mis aprehensiones y pensamientos y por qué no, también por las intuiciones que sostengo en torno a la poesía, con sus respectivos aciertos y fracasos.

No hace mucho en una reunión con amigos escritores, cuyos nombres voy a obviar por motivos de seguridad hacia mi persona; todos de diversas edades y criterios, con una visión forjada desde puntos disímiles, no sólo por el área de la cual provienen, ingenieros, autodidactas, ermitaños, antropólogos, profesores, estudiantes y aquellos que sólo prefieren llamarse poetas, se puso en tela de juicio, la llamada función social de la poesía; para ser sincero, hasta ese momento, si bien he pensado mucho en la función social de infinidad de aspectos de la vida humana, sin ignorar que la poesía como tal, no escapa a ser sometida a ese escrutinio, debo confesar qué jamás, pensé en confrontar mi propio quehacer literario y poético con ese concepto o constructo “función social”, quizá esto ocurre porque siento que dialécticamente el pensar y escribir es un “hacer”, aún cuando muchas veces resulte para algunos un oficio, vano y solitario, pasión inútil en su máxima expresión de ociosidad, fluir de la conciencia o para el más objetivista, un soliloquio textual sumamente consciente, y no un producto de las musas, pero en definitiva, una actividad sumamente burguesa y contemplativa, incluso más que el drama, destinado a su montaje y la novela a la entretención, documentación y elevamiento espiritual.

La poesía, de cualquier modo en su decir y crear, nos ubica ante una función social, destinada al individuo puede decirse, pero social al fin y al cabo.

Me explico, el emisor, que en este caso recibe el nombre de creador, genera un signo poético a través de un proceso escritural que pretende o intenta hacer una lectura o desviación de la realidad o ambos procederes juntos. Instituir una nueva visión, para un impensado receptor, o quizá, no tan impensado… quizá el destinatario está implícito y puede por tanto existir una codificación, encarnadura, apropiación de la realidad como quieran llamarla, pendiente hasta en el más mínimo detalle. Escritura anticipatoria de los movimientos del receptor; desde el perfil que debe tener hasta la compra que hará del libro y la posición que debe asumir, física y mental en la lectura y re-escritura de lo dicho… de modo que el acto creativo poético, tiene una segunda arista social, no sólo ligada al individuo que exorciza sus demonios, experimenta con el lenguaje, encubre y descubre su voz, está también la recepción que puede o no ser representada por una colectividad, un ente ficticio, algo así como el narratario o un ente de carne y hueso pero impensado, sin rostro, sexo o visión definida; y claro, también puede tratarse de uno mismo, en el más puro y narcisista acto por no decir onanista, en fin, la consideración y prefiguración de una enciclopedia venga ésta en el vehiculo que sea, resulta consecuencial y necesaria dentro de la comunicación y eso implica ya, una función social, entidades diversas que se vinculan en una síntesis que comprende la confrontación de lecturas e idearios, experiencias, cosmovisiones y temporalidades.

De manera que, en la aventura de enfrentar un texto, producido por uno mismo u otro, se conjuga la otra cara de la función poética, la agonal mixtura del lenguaje original y voz propia del autor, esa metáfora que surge ante la lengua general (esa lengua a la cual el escritor también pertenece y que confronta personalmente en su lucha artística) Por ende, en la medida que hay interpretación de mundo, extra e intertextual, se va generando sin excepción cultura en las herramientas, estructuras, estrategias y signos, política en el autogobierno y toma de decisiones, y sociabilidad en el proceso dialogante o monologante, si atendemos al caso del ermitaño o naufrago que se comunica consigo mismo en calidad de alterno, el primero habla con el ermitaño y naufrago de mañana dirá Umberto Eco en su tratado de semiótica general

Por tanto en el desarrollo creativo y en el vértice mas reduccionista, incluso bajo el desglose del más purista ojo, se cumple de todos modos aquella bendita función social, tanto para el autor y para ese lector en potencia que no requiere materialidad, así lo he pensado, eso argumenté y argumento ante mis compañeros escritores y no escritores, así he pensado y sentido mis textos, en ese orden… con un cogito escritural que no abandona lo intuitivo ni lo pormenoriza, por ello creo sinceramente que todos vamos creando textos para nadie y para todos al mismo tiempo. Quienes me han leído pueden rescatar ello, aunque bien pueden no haberme leído jamás o al hacerlo comprender los mismos textos bajo otra óptica, la personal, en cualquiera de sus dimensiones y posibilidades, en fin, la combinación no es uniforme y plana, pues esa otra escritura, la del lector, es la mitad necesaria del acto, acto que en verdad es uno mismo y sin escisión y que separamos y confundimos al verlo simplemente desde ángulos diversos, por tanto lo que expongo… resulta en síntesis, más bien la suma de riesgos y bondades de una maravillosa lectura abierta; ahora debo aclarar que para muchos, esto parecerá farragoso, y ultra-teórico, pero es una poética, una postura ante la creación y la vida, que por lo mismo se opone, complementa o desvía otras visiones previas y venideras, y entre esas, la noción de “función social” que muchos esperan o consideran como válida y única, al hablar de poesía y voces comprometidas, telúricamente, líricamente, románticamente y sobre todo en medio de la revolución.

En mi caso, no creo que la poesía se haga para salvar vidas, para apaciguar las venganzas o iniciar tragedias, y dudo que se logre curar la hambruna y las enfermedades del globo con poemas, eso es demasiado idealista y utópico en una realidad francamente distópica, por ello en lugar de favorecer a los textos y sus autores, los grava con una responsabilidad que no les compete en lo absoluto, al menos no particularmente como aedas o vates, respondiendo a un llamado divino. Aunque; en un sentido contrario, también vale la pena destacar que esto tampoco les excusa e invita a la indiferencia, el rol que les compete es igual que el de los demás como especie, pero en fin… eso es harina de otro costal y lo que nos importa en este momento es la poesía, por tanto, lo expuesto previamente se puede entender mejor leyendo a un poeta; Enrique Lihn:

Porque escribí no estuve en casa del verdugo / ni me dejé llevar por el amor a Dios /
ni acepté que los hombres fueran dioses / ni me hice desear como escribiente /
ni la pobreza me pareció atroz / ni el poder una cosa deseable / ni me lavé ni me ensucié las manos / ni fueron vírgenes mis mejores amigas / ni tuve como amigo a un fariseo / ni a pesar de la cólera / quise desbaratar a mi enemigo.
Pero escribí y me muero por mi cuenta, / porque escribí porque escribí estoy vivo.

Ahora de que la poesía puede mover masas, eso es relativo, lo ha hecho sí y desde luego ha servido como arenga y hay actos que en estricto rigor, en lo épico y maravilloso de su canto y realización adquieren el carácter de poesía pura, pero del mismo modo, el acto poético puede ubicarse en la inutilidad misma, en la Intra- e Infra-historia, incluso en la ahistoricidad y en la negación misma del lenguaje, en el tartamudeo feroz, y en la espera irresoluta y estoica a la manera de Beckett, sin mas sentido que el no decir, y aún así tener un carácter social, pues todo es un juego de probabilidades, de emisión y destinación en un circuito cuyos casilleros deben enfocarse sin restricción; pues no hay una regla de oro para demarcar a sangre quien inicia y recibe el mensaje o cómo lo diseña y envía, si es que lo envía en verdad, y que naturaleza y condición tiene o debe tener el acto en su totalidad; de modo que no hay certezas o absolutos, incluso muchas veces cuantificables o directos en su proceder, como ocurre por ejemplo en otro tipo de acciones, tales como regalar una limosna o un mendrugo de pan, hacer una protesta, o lanzar una molotov, ahora que si lo pensamos bien, esos también son signos, y haceres cuyo fin tampoco es comprobable a plenitud, quizá en el momento y en la reacción inmediata de alegría, disgusto o violencia que generan, son actos más concretos pero de cualquier modo no pasan del gesto, pues al final movilizan al hombre en torno a improbables cuyas repercusiones son inenarrables e insondables, piénsese cualquier cadena de eventos, como por ejemplo el asesinato de Franz Ferdinand, quien hubiese dicho que eso desembocaría en arte y vanguardias producto de las guerras mundiales y desde allí una cadena de influencias e intertextualidades infinitas como una banda indie con el nombre del monarca asesinado… lo importante es que los actos movilizan, no curan, alegran, entristecen o dañan; movilizan sin adjetivos o cualificaciones, al igual que la poesía de todo tipo, desde la más hermética a la más explícita, movilizan los engranajes emocionales y mentales del creador y de sus receptores, sean estos de la índole que sean; por eso en la condena eterna en la que el hombre está sumido, repitiéndose entre aciertos y errores, distancias y aproximamientos; en un acertar que yerra o el error que certeramente pone en desequilibrio la realidad, con normas y lenguaje incluido (el signo de mayor arbitrariedad), sin obviar las consecuencias que eso guarda para el pensamiento; la poesía en conclusión, evidencia la carnadura más profunda de nosotros y el mundo que hemos construido y seguimos construyendo por encima de todo lo anterior al lenguaje. E ahí, en ese desenmascaramiento, la función social de la poesía, el decir… el decir y no decir…

Autor: Daniel Rojas Pachas
Publicado en: Cinosargo.


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