Al referirnos a la grandeza que experimentó la literatura norteamericana durante el siglo recién pasado, específicamente en su bullente renacer, gestado en el periodo de entre guerras, no podemos obviar la sureña y siempre elegante figura de William Faulkner.
Este escritor, nacido al interior de una tradicional familia del sur de Estados Unidos, Mississippi año 1897 y fallecido en Oxford en el 62; ha llegado por merito y una extensa y talentosa producción, que no sólo incluye Literatura sino además cine, a convertirse en una voz señera y emblemática de las letras inglesas y sin duda; en una directriz clave e ineludible para el diseño narrativo moderno y universal.
Su sello personal se compone de juegos temporales, uso magnífico de vasos comunicantes, fluir de la conciencia, monólogos e intuitivismo Bergsoniano, además de un enrevesado estilo; Erudito barroquismo que paradojal, se contrapone a la prosa de otro gigante de las tierras del norte, su contemporáneo, el parco Ernest Hemingway, ambos pertenecientes a la llamada generación perdida, ambos fumadores empedernidos y en gran medida, ambos educadores sentimentales de otro importante renacer, el latinoamericano, encabezado por los chicos del boom, Llosa, Cortázar, Fuentes y Gabo y sus coetáneos antecesores, Rulfo y Onetti entre otros.
Faulkner, cuyo apellido original fuese Falkner, consigue con su fabulación y creación de amplísimos mundos literarios, exponer castas desechas, familias y poblaciones que aún pagan el precio de la esclavitud y los estigmas de la guerra civil.
A un nivel más personal e íntimo, en los personajes del sureño hierven las pasiones irrefrenables, la lujuria contenida, la violencia gratuita y desbocada. Vasta con pensar en Popeye de Santuario y la relación tortuosa y ambigua que se fragua entre este, salvaje y asqueroso, frente a su víctima Temple Drake. Pasajes similares, y tan altas cuotas de desarrollo en las profundidades de una relación confusa y extrema en que se debate una grave desintegración moral, sólo serían retomados con potencia y brutalidad convincente, por Lynch en Twin Peaks, al crear a su femme fatale y al mismo tiempo, cándida señorita, Laura Palmer.
No es de extrañar entonces la gran gama de temas que comprenden las páginas de Faulkner, con un ritmo abismal, estas se corporizan entre muchas formas, a través de la ignorancia y sentir opaco de aquella masa informe llamada comunidad, al interior de esta, la represión legal, actúa como una de sus primordiales armas y a la vez, gatillante de funestas consecuencias: El hampa, bohemios círculos, y tráfico, tal como ocurrió con la ley seca y las prohibidas destiladoras de whisky. En contrapartida, los procesos públicos, los juicios e incluso linchamientos, buscan reponer a la fuerza la cordura, limpiar las consecuencias de ese incomprensible mal que todos llevamos dentro, y en lo posible, gestar una catarsis que implica un moderno ritual de inmolación y sadismo; la paz a través de la sangre, de manera que, la burocracia kafkiana, se vuelve un tipo de expiación social, un limpiador de consciencias que quiere purificar a través de la pena capital o el destierro.
La forma inaudita en que estos elementos se vinculan, es otro innegable punto a valorar, en el universo Faulkneriano, en sus dramas psicológicos y sociales: Mientras yo agonizo, El sonido y la furia, Sartoris, Santuario, Los mosquitos y muchos otros, la realidad se nos revela desde diversos ángulos,en esa medida, el creador propugna en sus obras, y quizá esto es lo que las hace inaccesibles para el lector domesticado en torno a la linealidad, una perspectiva múltiple con focos que se contraponen o complementan muy de cerca, en la mente de los participes o en apariencia desvinculados. Por tanto el mismo hecho, contado desde cada posible mirada, tiempo y voz, alimenta la polifonía y polisemia, que abiertas están al servicio de la diégesis (historia). Sólo así se enriquece la atmósfera, aquella caldera de vanidades y decepciones con que se combate día a día en una melodía agria en que el patetismo y el desamparo, cubre altas dosis de la crudeza intrínseca del hombre y sus heredades.
Como creador, Faulkner cosechó importantes logros, llegó a ser un especial residente de la prestigiosa universidad de Virginia, ganó el Pulitzer y en 1949 el Nobel, pero por sobre todo, dejó patente el poder de la literatura y la imaginación como fuentes evocadoras y materializantes de una realidad que aunque ausente, y sólo capaz de cobrar vida en las infinitas lecturas que de ella se hagan, se concibe autónoma, verosímil, impredecible, consciente y capaz de desafiar, performativamente la precaria constitución de lo mal llamado verdadero, o simple y llanamente, concebido como mundo real. De allí la vinculación fundante con la generación irrealista de nuestro continente. Si pensamos y se experimenta Macondo de Márquez o Santa María de Onetti, no podemos ignorar Yoknapatawpha, aquel ambiente imaginario del sur, creado que el autor creo teniendo como modelo el condado de Lafayette, Mississippi. En ese ambiente, se enclavan su decadentes historias de familias intransigentes, sus gran mundo oscuro de fuerzas brutales que se despedazan, arrastrando apellidos, linajes, diferencias sociales, raciales, prejuicios sexuales, amalgamando entre pecado y redención de connotaciones bíblicas, una estética que nos habla de su mentor, Sherwood Anderson, autor de Winesburg Ohio y todos los otros grandes de la literatura norteamericana a la que siempre Faulkner estuvo receptivo y atento: Melville, Emerson, Hawthorne y Poe, por ello, sin vacilación, es posible afirmar que el poder de la prosa Faulkneriana se prolonga inaudita hacia el futuro sin abandonar lo mejor del pasado.
Autor: Daniel Rojas Pachas.
Publicado en: Cinosargo.
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1 comentario:
Hola, buen texto. Sabes dónde puedo descaragr la biografía de Faulkner hecha por Joseph Blotner, te lo agradecería mucho, Faulkner rules.
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