martes, 1 de julio de 2008

Turn into [Cuento de Daniel Rojas Pachas]

Las operadoras, a cargo del número de emergencia, carecían de manos y orejas para hacer frente a la estampida de llamados y versiones histéricas sobre lo que estaba ocurriendo. Los patrulleros se desbandaban y el monótono rugir de su sirena inundaba hasta el último callejón. No faltaban los aventureros que previendo un mañana peor se lanzaron a las calles con piedras y palos al rescate de la propiedad ajena. Pequeños almacenes, supermercados y casas comerciales del centro eran a esas horas, bajo el reflejo del neón, testigos de una guerra civil. Algunos corazones sensibles, acostumbrados por años a la tarea de entregar panfletos desechables sobre el advenimiento del fin, se precipitaban rosario en mano a las estrechas puertas de los templos. Anunciando la prueba final de la carne, coreaban con júbilo el cese de nuestros tiempos. Unas cuadras abajo, otros preferían abrazar el ritual sagrado de la botella y afrontar el apocalipsis con un honesto salud. Los medios en su alborotada carrera por no perder la exclusiva de alguna nueva explosión o masacre, habían desplegado a sus camarógrafos y reporteros en sectores donde todavía se contaba con energía eléctrica
En esos momentos, compartía con otros el vertiginoso bamboleo del bus. El cielo púrpura se extendía sobre nuestras cabezas como un manto y el pánico en plena avenida era un teatro móvil del horror. Hordas de muertos vivos desollaban a personas desesperadas que se lanzaban contra nuestro vehículo suplicando al chofer: Pare por favor. Dios mío pareeee!!!!!!! 
Yo continuaba con la escritura que inicie al salir de la universidad. Mi ojo y lápiz eran una cámara que en lugar de fotos capturaba palabras. Algo me impulsaba a seguir con esa tarea inútil. Con mi hombro buscaba apoyo en la ventana y las letras bailaban sobre el papel, dando como resultado algo más cercano a un garabato que a una frase coherente. 
Pensé en mi familia, en cómo estarían mis padres en sus trabajos. Mi hermano y sobrino en casa. ¿Pensarían ellos en mí? Desde luego. La pregunta correcta era: ¿Pensaba yo en mi propia seguridad? No mucho para ser sincero. Mi principal preocupación era el chofer.
El tipo era un as. Había pisoteado sin titubear esos lentos cuerpos de tipos caminando con los sesos afuera. Algunos tenían tripas escurriendo por sus bocas. Nuestro bus esquivó autos volcados, chóferes ardiendo y gente que pataleaba buscando no ser devorados. Con voz de líder, el conductor impuso su voz. 
-No se ustedes gente, pero yo no voy a parar de aquí hasta el regimiento. Es el mejor refugio. Allí estos malditos van a tragar plomo. 
Da vuelta maricón, tengo que ir por mi mujer al centro. Déjame en la esquina. Para huevón que no entiendes. Señor no se salga del recorrido, Yo necesito ir a buscar a mi hijo al colegio, señor no se haga el sordo, por favor señor, por favor.  
El tipo era duro, un cabrón de primera. De cualquier modo tenía razón. No es que fuese un desalmado, yo también tenía gente que me importaba, pero había visto suficientes películas de Romero como para saber que teníamos que buscar un fuerte con armas y provisiones. 
La turba enardecida y violenta tenía otros planes. 
 Imbéciles, jodieron todo. Su mierdoso pensamiento de masas, desesperación, darwinismo, qué sé yo. Se volvieron bestias y tomaron el control del volante a la fuerza. Él luchó pero al final se impusieron. Eran demasiados y estaban cegados por el miedo. Traté de ayudarle, pero me contuvieron entre cinco. Tomaron mis brazos e incluso recibí un golpe en la nuca. No me fue tan mal, me empujaron y mi rostro chocó con un vidrio de la parte trasera del vehículo. Eso es lo último que recuerdo, luego todo transcurrió en cámara lenta, un chirrido y de pronto el estruendo. Cuando recuperé la consciencia mi frente sangraba y por la ventana pude notar el humo, vidrios rotos y cuerpos retorciéndose. 
El chofer había perdido la cabeza y un gran poste atravesaba el bus desde el parabrisas hasta el último de los asientos. Dejé la escena y corrí por las calles de lo que alguna vez fuese mi ciudad. Solía cruzar algunos de estos pasajes en bicicleta para hacer algún mandado de mamá. Sombras reptantes y gruñidos, gritos y caos. Tenía una imagen que no podía sacar de mi mente. El chofer sufrió repetidos golpes de un macizo extintor en la nuca. No creí que chillaría así. El tipo no lo vio venir. Creyó ser un héroe para ellos. Por unos cuantos metros lo fue. Ahora es uno de esos malditos. ¿Malditos? Sé lo que son. Tienen un nombre. Forman parte de una larga tradición de criaturas terroríficas.  Me parece estúpido llamarlos así. Olvido todo y me concentro en hallar la ruta más directa a casa.
Ayúdanos por favor. Sácanos de aquí. Debo llegar al colegio de mi hijo. Debo llegar con mi hijo. No veo nada, el fuego está muy cerca. 
Los lamentos se confunden con gruñidos. Se acercan. 
Cuidado. Corran. Sálvese quien pueda. 
Tuve suerte de no terminar partido en dos como la mujer que estaba a mi lado y el tipo ese, el que parecía un contador. Él fue uno de los que me empujo. Parte del vidrio del parabrisas lo rebanó. Segundos después, la parte superior de su cuerpo reptaba en busca de tripas.  No quiero pensar en eso. Ya estoy lejos. Conseguí reaccionar. Tuve suerte al salir de allí. 
Al doblar la esquina alcanzo a ver mi casa. 
Pasos lentos. Gruñidos. Un cuerpo agoniza, sufre. Todo se vuelve gutural. Un gemido y el mundo se vuelve una masa roja. Semiconsciente la silueta se revela bajo la luz de la cocina y grita -hijooooo correeee. El silencio del lugar se rompe. El ruido es de un cuerpo que se arrastra con torpeza y viene desde una habitación al fondo; en ella hay una ventana rota y pedazos de vidrio yacen regados por un suelo cubierto de sangre. A pocos metros junto a una cómoda, otro cuerpo, de un adulto extraño, expone su cráneo destrozado. Allí hubo una pelea. El desorden se extiende por el pasillo y llega hasta el otro sujeto. Con mucha dificultad aplica presión a una herida en su cuello. Sujeta unos paños tenidos y vuelve a gritar -hijoooo. Su rostro descompuesto delata miedo. Fue mordido. Sabe que dio pelea, pero no fue suficiente. Logró repeler al agresor. Dejo el cuerpo tendido en la que fuese su habitación, eso ya no importa, a cada paso pierde emociones y control, se aferra a lo más poderoso en su ser, el niño, pero le es imposible. Cada paso resta lucidez. Vuelve a gritar -hijoooo… perdón!!! En el segundo piso de la casa, un niño llora encerrado en un armario. Grita desconsolado hasta que finalmente se desmaya. Le faltan tres dedos de una mano. El cuerpo diminuto protegió hasta el final su extremidad herida. ¿Por qué lo ataco su padre? Este no responde, ahora sólo avanza con los ojos blancos, sin vida y con un único deseo, saborear la carne. Un ruido atolondrado viene de afuera. Una llave pelea con el picaporte, la puerta se azota y al fin puedo entrar. A mi alrededor hay un infierno ¿estoy a salvo aquí? Debo encontrar a mi hermano y al pequeño. Grito y no responden. Quizá se marcharon. Lo más seguro es que están muertos. Tal vez eso sería lo mejor. Estoy en lo correcto. Veo a mi hermano o lo que queda de él. Viene por mí. Su silueta se retuerce y avanza entrecortada, babeando, idiota por el olor a sangre. Estúpidos malditos, todo se jodió. Mataron al tipo del bus. Ya no puedo pensar en otros. Sólo debo sobrevivir, arrojar cosas al cuerpo que me ataca. Olvido quien es e imploro que el niño este a salvo. El teléfono lo impacta directo en la frente, cae mal y se rompe el cuello al chocar con una silla. Sus piernas son lo último que veo. Arriba hay ruido, subo rápido, tengo esperanzas. Por un segundo pienso que eso es bueno. No lo es. Disminuye mi adrenalina, me adormece. El niño es uno de ellos, no lo vi venir, sale de un armario y antes de que pueda mandarlo escaleras abajo me muerde la pierna. Estoy jodido. Todo acabó. Me queda poco tiempo. Voy a terminar como ellos. Está en mi sangre, recorre cada célula. Corro a mi habitación guiado por la nostalgia. Veo mi librero. Hay un espacio vacío. Allí había un libro de Maupassant. Estoy delirando. Empiezo a perder la consciencia. Me retuerzo en el piso. Mi vista se nubla. Todo se vuelve rojo. Mi último pensamiento es para María. Debí invitarla a salir. Pudo resultar, quizá no. Estoy jodido. Mi mundo es ahora un gruñido que reclama sangre.

-María apúrate, tu papá nos espera en el coche, debemos ir rápido.
-Qué pasa mamá, es tarde. Por qué están con linternas. 
-Hija hazme caso y ven. Se fue la luz. Algo ha pasado. No sabemos que es pero en la radio no pueden explicarlo. Gente enferma, muchos heridos, recomiendan ir al regimiento o al estadio. Por favor vamos.
-De acuerdo tranquila. Sólo deja que me vista. 
-Ven así. Da igual. Debemos salir ahora.
-Afuera hay ruido. Sombras avanzan como legiones. Un canto cercano a un aullido de cuerpos quejándose cierra la noche y en la mesa, junto a la cama, un gastado libro de Maupassant deja ver su título: ¿Fue un sueño?


Autor: Daniel Rojas P.

1 comentario:

Sabrina Konz dijo...

Las palabras, los diálogos, las expresiones, las metáforas. Todo se combina de una manera perfecta. Muy bueno, casi imposible parar de leer.
Besos.

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