sábado, 7 de junio de 2008

Dostoyevski y la conciencia amoral de una ficción.

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El mayor logro y elogio que puede recibir una obra literaria "es el trascender más allá de su medio" pero por tal, no nos referimos al tipo de trascendencia que se refleja en un exceso de inútil merchandising y la correspondiente adaptación cinematográfica. Aseverarlo, tampoco implica ir en contra del séptimo arte y la constante retroalimentación que dicha forma narrativa, sostiene con el mundo de las letras, ese no es el punto, la premisa atiende más que a los best sellers a una interdimensionalidad que se refleja en la vida misma. Tenemos claro que las obras, entendamos por esto novelas, dramas e incluso poesía, no son sólo productos de la mente o retorcida biografía del autor; es claro que, tanto el primer medio, el privado si queremos llamarlo de alguna forma y también el medio público, social o general, que sirvió de telón de fondo, son determinantes pero hay algo más, una realidad propia, una dimensión que responde a patrones de tiempo y espacio que son inmanentes a la creación; cuando ese fenómeno se da, cuando esa dimensión propia o mundo posible, es tan poderoso que entra a determinar al mundo real y las vidas de sus habitantes, estamos ante un clásico.


Entonces e ahí la pregunta del millón ¿Cuándo podemos a ciencia cierta saber que esa obra, cualquier obra, fue capaz de trascender ambos medios, el privado y ese dizque público o general?

Yo creo que no hay una formula, y que mucho menos, en caso de que exista un rasgo común, este este determinado por la popularidad y las ventas, más correcto es centrarnos en la calidad de la historia y sus personajes. El momento en que estos se vuelven jueces críticos e inteligentes observadores y ya no sólo un mecanismo para expresar la voz del autor. O sea, cuando estos pasan a tener conciencia y voz propia, abandonando el carácter de disfraz abstracto e inmaterial que sirve de vehículo para los pensamientos y emociones de un ser real; el autor empírico.

El ser ficticio en esa medida deja de ser metáfora y se convierte en un habitante de la humanidad y nos traspasa su carga, tal es la situación del amigo Rodion Romanovich Raskolnikov y Dostoievski. A través de este, personaje y su autor , ambos rusos, ambos nihilistas podemos ejemplificar. Ellos nos hablaron, nos hablan hoy y así seguirán haciéndolo con las futuras generaciones. Ambos coinciden además, en algo mayor que la nacionalidad, lograron escapar del medio y periodo que los vio nacer. Tanto el protagonista como los acompañantes de aquel drama “Crimen y Castigo” (Dunia, Razumijin, Svidriegalov y demases) junto a todas sus problemáticas, desnudan a la humanidad, revelan en su conciencia lo mezquino y mísero así como también lo sublime y esplendoroso de nuestro género.

Y no es sencillo, ya que para conseguir ello, Dostoievski debió sobrepasar muchas etapas y su obra como universo pensante, también debió salir de lo meramente panfletario y gratuito, de lo recursivo y autoreferente y por tanto, evidenciar la magia individual, corresponder a esa ética del autodescubrimiento en soledad y a la vez, lograr la amalgama colectiva, penetrando a la universalidad libre de cualquier atadura: La del genio creador, el peso de su vida, la crítica del momento, la dirección que tiene el periodo con sus necesidades, inquietudes y preferencias y ya superada toda la urdimbre contextual, aun pervivir a la erosión del tiempo y la exigencia que demanda Cronos a sus hijos.

Pero claro, los escépticos que nunca desfallecen dirán, que toda obra consigue eso con mayor o menor fortuna, pero no es así, me atengo a las palabras de Raskolnikov como fundamento de su perennidad y la de su creador, uno que junto a Kafka y todo el resto de perros viejos y duros han llevado a la literatura a su punto mas alto... (Nombremos algunos, Hemingway, D.H Lawrence, ambos Miller, Tolstoi, Celine, Joyce; Beckett)

Con una clara supremacía de la voluntad del poder, el hombre siempre buscará ampliar su ímpetu y destacarse, imponerse ante los otros, esos seres materiales y comunes que sólo sirven para mantener rodando este mundo y preservando el sistema para que luego aparezcan estos tipos especiales de ideas originales destinados por su propia mano a llevar ese mismo sistema y movimiento horizontal, aburrido y monocorde a un nuevo estadio, el ascenso vertical y luego otro descanso para caer en la rutina hasta que se haga insoportable y que por su propio peso, aparezca otro Napoleón de la pluma otro heredero del genio Shakesperiano y nos legue un nuevo Raskolnikov, ese tipo extraño y pálido que se pregunta amoralmente, si el es uno de esos malditos tipos llamados a cambiar todo. En la obra quizá no lo hace, no en principio pues llega a creer que su obstáculo es la anciana a la que mutila con una enorme hacha y no su orgullo limitante y castrador, pero fuera de la obra, otro gallo canta al ex estudiante Petesburgues. Raskolnikov es un superhombre más allá del bien y el mal; destructor del espacio y el tiempo, verdugo de la moral y la civilización, de los códigos y la culpa.

¿Pero es esa ficción de Dostoievski realmente tan poderosa?, Bueno, lo es lo suficiente como para hacernos cuestionar el estado de derecho, los axiomas morales de Kant y de cualquier neoclásico recalcitrante y de trasero apretado, además, tiene de sobra, (pese a su inexistencia) poder de convencimiento como para ser un Nietzsche demente y febril, genio y demoledor de un occidente erigido bajo cánones débiles, esclavizantes y utópicos.

E ahí la grandeza de este personaje capaz de revelar y hacernos cuestionar la mediocridad y en esa medida, anticipar la caída de una cultura excesivamente axiológica e hipócrita, que desfallece inconsecuente en grandes dosis de relativismo libertino y superficial.

En la boca de estos dos rusos, en sus letras se libra una pugna tan antigua como el tiempo mismo, una masacre entre Apolo y Dionisio que no se entienden en lo absoluto pero que deben compartir desfasados un mismo espacio.

Autor: Daniel Rojas Pachas.

Publicado en: Cinosargo






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