Algún oxido
citadino.
Pardas muecas,
agujeros y coches,
roídos como
manzana sucia
y célula de podrido cristal,
cantan en los dedos
de un advenedizo muchacho
y sus alas
grises por la respiración,
marcan la enfermedad,
la austral cabeza y el llanto en rueda.
Tu sensible pena
da vestido
a las niñas de
esquina bondadosa
y la derrota
de verte allí, me deleita con un bonus track. Tu oscuro suelo, pisa mi aire
de vista inflamada. En mi horizonte se multiplican,
vísceras verticales y tardes sublimes
como las sendas de nuestra sangre,
se tienden amistosas
las bocas y
los metálicos gemidos
de tu público labio,
de cuerpo entero
y certero orgasmo,
se dispone el
intercambio de amores,
cuando nada cree y sueña, cuando todo comienza a ser ajeno
y tu rostro es sólo,
el eslabón perdido
de un encuentro errado. Vuelves a tropezar conmigo y las carrozas
y el mísero payaso. Soy en esas miles de privadas revueltas,
ayahuasca y última cena,
una cinta, tu canción quemada
y el mudo cigarro.
Autor: Daniel Rojas P.
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