Si a estas alturas podemos decir que Carpentier, Borges y Asturias entre otros, son los abuelos de la literatura latinoamericana del siglo XX, debemos señalar sin afán de burla que Juan Carlos Onetti (uruguayo 1909-1994) seria algo así como el tío abuelo extravagante y un poco misántropo, nervioso, medio maniático pero que todos amamos por sus historias o como él prefería llamarlas, mentiras de alto calibre.
Su personalidad alternativa y su discurso de Lado B, ilumina retorcidas y enmarañadas dimensiones de la mente humana. Le admiramos aunque a la vez tememos su hermetismo, su visión sórdida propia de novela negra, de tragedia Bíblica con aroma a buhardilla y cuchitril de mala muerte. El pesimismo noventa y ochista de Baroja bulle en las páginas de su obra, fermentando esa palúdica atmósfera de almas desesperadas, aglutinándose en espacios de deshumanización, algo digno del sur Faulkneriano.
No en vano, muchas veces se le comparó con este maestro de las letras inglesas, sobre todo, por su fecunda imaginación. William Faulkner, escritor de “Santuario” y “El sonido y la furia”, encabezo con Hemingway, el revival de la literatura de los Estados unidos (la generación perdida.) En su quehacer literario, Faulkner, quien también fuese referente de Llosa, creo Yoknapatawpha, una ciudad típica del sur de Norteamérica, intolerante y obtusa, bella pero violenta, conservadora y hedonista, en ese paraje situó muchas de sus novelas. El Uruguayo que nos ocupa, por su parte, edificó Santa María, una ciudad que viene a ser algo así como una cruza bastarda entre Buenos aires y Montevideo, lo cual prueba que antes de Macondo, ya habían regiones fantasmales pobladas de seres ficticios que rayan en lo verosímil, alimentando nuestra muchas veces, no menos ficcional realidad.
Presente en múltiples obras del autor, desde su gestación en La vida breve, una de sus novelas más reconocidas; Santa María se configuró como un hito de la literatura latinoamericana. Y es importante dentro de nuestra tradición continental, pues en ese telón agridulce se desarrollan las profusas y alambricadas historias de seres introspectivos, verdaderas existencias con una madurez y profundidad vital increíble.
En su primera novela, El pozo, la que escribió a los treinta años, podemos vislumbrar la carga de la racionalidad, lo difícil que es para un hombre lidiar con su soledad, con la tarea de respirar y sentir. Sufrir el poder de la culpa y el tiempo inclemente que arrastra todo a su paso. El miedo a la alteridad, a la mirada que juzga y define, que limita y talla nuestro contorno como personas, como roles inmersos en la comunidad…
No hay empatía en los personajes de Onetti, empero si, mucho de desconexión con la fibra que palpita por el otro, traición y desasosiego, desamparo y roces con la locura.
Sinceramente como lector y escritor, considero que es necesario que esas historias se cuenten, este uruguayo amante de la buena literatura y el tango, asumió esa difícil tarea, ocuparse del underdog, de aquel que dice: Paren el mundo me bajo en la esquina… Fue en tal medida, un bardo para todos los que por voluntad prefieren callar y disociarse…
Recibió por lo que escuchamos decir a sus personajes y a él mismo, la saeta de los que ven en esta actitud de alienación, el germen burgués… allí más bien fluye la esperanza muerta y fracasada de los anarquistas del alma, hijos del silencio que nacen para morir, recorriendo noches cerradas de clima ruin y tras las puertas de esos edificios anónimos de grandes y grises urbes, en que todos avanzamos impávidos, él nos fuerza a preguntarnos ¿Qué sabemos verdaderamente, los que nos decimos ciudadanos de tomo y lomo, de los que están al otro lado de la puerta, el vecino, ese extraño que nos limitamos a categorizar como inadecuado y más definitorio aún, qué hay del que tenemos encerrado en el cuartucho de nuestro subconsciente.
Hay sin duda mucho de autobiográfico, Onetti es en definitiva algo así como nuestro Henry Miller o al revés, Henry Miller es algo así como el Onetti de los norteamericanos.
La imagen mitificada y enrarecida del originario de Montevideo, culmina para sus lectores con su exilio en España y las imágenes que nos llegan de su persona en un cortometraje-entrevista llamado El Dirigible. Recluido por voluntad propia, paso diecinueve años sin salir de su departamento, pero jamás perdió el filo que tuvo para desnudar los parajes más ocultos del hombre moderno. Desaliñado aunque siempre lúcido y mordaz, Onetti en su cama, sin afeitar y en pijama podríamos decir, discursea de la vida, de la crisis metafísica de su tierra y del hombre americano.
Él mismo se definía como un defensor del intimismo, un escritor que no se granjeaba en tertulias y que pasaba malas noches pensando que al día siguiente tenia que toparse con ese eterno otro que posee miles de rostros y lamentablemente, la mayoría de veces, más que caras alegres y sinceras, máscaras ocultan la horripilante verdad de la desilusión…
Era sin duda Onetti una sensibilidad especial, pero tras esa personalidad de oscuridades infranqueables, brilló una de las más fecundas voces del siglo recién pasado, los del boom lo reconocen como padrino, como amigo, como maestro.
Un autor para rescatar, releer y altamente recomendado para conocer por primera vez y empezar a familiarizarnos con la novelística y relato corto, gestado al interior de nuestro continente.
Autor: Daniel Rojas P.
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